Los Factores de Riesgo en la Depresion Infantil

Los Factores de Riesgo en la Depresión Infantil

Victoria del Barrio

Facultad de Psicología-UNED


1- INTRODUCCIÓN

En los momentos actuales, los expertos que trabajan sobre el tema consideran que la incidencia del trastorno de depresión infantil en los países desarrollados se halla entre un 6 y un 10%. Esta cifra, muy alta para este período de vida, se mantiene muy consistentemente en la investigación llevada a cabo en lugares tan diferentes como América, Europa, y Australia (del Barrio, 1997).

Estudios previos habían encontrado niveles muy distintos, en unos casos mucho más bajos, como ocurrió, por ejemplo, en los estudios epidemiológicos de Rutter et al.(1976) que ofrecían una estimación del 0.14%, o bien valores mucho más altos que en ocasiones llegaron a alcanzar hasta un 60% (Carlson & Cantwell, 1980).

Esta fuerte variación pudiera ser explicable en función de diferentes factores: diversos criterios diagnósticos, carencia de instrumentos de evaluación adecuados, diferentes rangos de edad examinados, uso de muestras procedentes de población clínica o general, y diferentes tipos de depresión estudiados. Sin embargo, esta disparidad inicial, lejos de ser negativa ha funcionado como una espuela que ha generado una fuerte investigación sobre el concepto mismo, las técnicas de evaluación y los factores que pueden estar ligados a la aparición de este fenómeno de la depresión infantil (del Barrio, 2000).

A través de la investigación reciente se ha detectado un incremento de la incidencia de la depresión infantil y juvenil en las sociedades desarrolladas respecto de las más elementales o económicamente deficitarias.

Estos datos han hecho pensar que las sociedades desarrolladas contienen unos elementos específicos que fomentan la aparición de la depresión en el niño. Ello ha generado una búsqueda sobre qué factores en estas sociedades pueden estar incidiendo negativamente sobre los niños y cómo se puede explicar esta espectacular subida en los porcentajes de casos de depresión infantil. La meta de todas las investigaciones es poder aislar los factores de riesgo que subyacen a este fenómeno y lograr aplicar el conocimiento obtenido para una posible prevención, tanto primaria como secundaria.

Afortunadamente las condiciones metodológicas e instrumentales de la investigación en este campo han mejorado sensiblemente desde los años ochenta (del Barrio, 1999) y los copiosos datos de los que hoy disponemos, obtenidos de una manera más objetiva, pueden ser tomados en cuenta con una cierta seriedad.

Realmente este esfuerzo ha dado sus frutos: se ha conseguido mejorar la calidad de la investigación, de la metodología y de las técnicas de evaluación hasta lograr una homogeneización de datos verdaderamente notable, tanto en lo que se refiere a incidencia, como a factores de riesgo y posibles intervenciones.

Los estudios llevados a cabo, tanto de carácter transversal como longitudinal, han mostrado una variedad de elementos que confluyen en la explicación del incremento de la depresión en los niños. Desde un punto de vista estrictamente psicológico se han diferenciado dos grandes apartados en la investigación: uno se refiere al sujeto, tanto en sus aspectos físicos como psíquicos; el otro a las variables sociales del mundo circundante, tanto del entorno familiar, como del más amplio contexto social.

Entre los elementos que dependen del sujeto destacan los aspectos temperamentales, personales, estilos atributivos y de afrontamiento, así como la percepción de autoeficacia, creencias, ideas, expectativas y valores. Entre los sociales se destacan dos grandes categorías: aspectos familiares y entorno sociocultural.

A lo largo de esta conferencia se pretende analizar todas estas cuestiones desde una perspectiva empírica fundada en datos objetivamente obtenidos a través de instrumentos que en cada caso nos referiremos. Por lo que hace al constructo de depresión en la mayor parte de los casos, ha sido medida a través del Children’s Depression Inventory (CDI, Kovacs, 1992) o el EED (del Barrio et al., 1993).

La investigación de todos estos factores ha sido llevada a cabo en una población de niños españoles por nuestro equipo de investigación compuesto por personas con las que he tenido la fortuna de contar con su colaboración: Mestre, Pons, Frías, Moreno, López, Roa, Carrasco, Olmedo, Colodrón.

El marco teórico, en el que se inscribe esta investigación interpreta la depresión infantil y juvenil como una perturbación afectiva generada en una interacción desadaptativa de aspectos emocionales, cognitivos y sociales (del Barrio, 1997) y que es una posición integradora en la que se encuentran prácticamente todos los estudios más actuales sobre este tema.

Si consideramos una visión global de los elementos explicativos de la depresión infantil podemos pensar que aquellos factores que provienen del sujeto ocupan una posición central o básica mientras que los demás funcionan desencadenando inhibiendo o incrementando la respuesta depresiva inadaptada. Comenzaremos examinando el papel que parecen jugar en este proceso los distintos aspectos personales.



2-SUJETO


2.1-TEMPERAMENTO Y DEPRESIÓN



Comencemos por los factores temperamentales dado su carácter básicos y ser también los primeros temporalmente. El temperamento desde las investigaciones de Thomas, Chess y Birch (1975) se ha estado aplicando a los niños como elemento explicativo de la conducta especialmente en relación con problemas de conducta y también en aspectos emocionales (Kelvin, 1996). Estudios más recientes y directamente ligados a la depresión infantil indican que la emocionalidad negativa correlaciona positivamente con depresión (Lengua, West y Sandler, 1998). Un trabajo nuestro muy reciente parece confirmar esa tesis plenamente (Carrasco et al., 2001). En efecto en una muestra de sujetos escolarizados, extraída al azar de la población general se ha hallado que los niños con dificultades temperamentales puntúan más alto en “Depresión total” y en los factores de “Disforia” e “Ineficacia”. Es decir que los aspectos temperamentales, globalmente considerados, afectan principalmente al humor y al funcionamiento del sujeto y especialmente a éste último. Para este estudio se aplicó, a las madres, el inventario DOTS-R (Windle y Lerner,1986, en su versión española de Marcet et al., 2000).



Considerados separadamente los factores temperamentales la “Ritmicidad” y la “Persistencia de la atención” son los que parecen explica casi totalidad esta relación, puesto que todas las diferencias significativas se concentran en ellos dos. La “Ritmicidad” correlaciona negativamente con “Eficacia”, es decir a menor ritmicidad mayor “ineficacia depresiva”. El factor “Persistencia de la atención” a resultado ser también discriminativo ya que los sujetos de más baja persistencia son los que presentan significativamente más altos niveles de depresión total.

El temperamento se ha mostrado pues como uno de los elementos explicativos de la conducta depresiva, pero no especialmente potente, dada la magnitud de las correlaciones halladas y los factores implicados. La repetición de esta investigación con otro tipo de instrumentos de evaluación y otras fuentes de información podrán aclarar si estos resultados se mantienen o no.



2.2-ESTRUCTURA DE PERSONALIDAD Y DEPRESIÓN



Una serie de trabajos han venido mostrando una relación negativa entre extroversión y depresión, y positiva entre ésta última y neuroticismo (del Barrio et al, 1997).

A fin de controlar tales resultados hemos abordado este tema aplicando en la evaluación de la personalidad dos hipótesis estructurales. En un primer momento, tomamos en consideración las tres dimensiones básicas definidas en el modelo de Eyseck: Psicoticismo, Extroversión y Neuroticismo (PEN); más recientemente hemos aplicado el modelo de los Cinco Grandes de Costa y McCrae: Neuroticismo, Apertura, Conciencia, Afabilidad, Extroversión. En ambos casos nuestros resultados son absolutamente acordes con los de otros investigadores que han abordado este tema (Fisher, 1993; John, 1994; Lemos, 1992).

En el primer caso utilizamos el instrumento EPQ-J de Eysenck en la versión española de TEA (1978). Los resultados obtenidos muestran que efectivamente los niños que tienen más altas puntuaciones en “Neuroticismo” alcanzan mayores puntuaciones en “Depresión” (p=0.009), tanto usando para evaluación de la depresión el CDI y como el EED (p=0.0001) mientras que, por el contrario, los niños que obtienen altas puntuaciones en “Extroversión” obtienen significativamente más bajas puntuaciones en depresión (del Barrio et al. 1997).

Un elemento confirmatorio de lo anterior lo hallamos al relacionar medidas de “Ansiedad” y “Depresión”. En efecto podemos considerar la ”Ansiedad” como el elemento básico y característico del rasgo de “Neuroticismo”, y de nuevo encontramos que se produce la misma relación positiva entre ésta y la “Depresión”. En nuestros trabajos, usando para la evaluación de la ansiedad el STAI-C (Spielberguer,) en su adaptación española de TEA, encontramos correlaciones positivas y significativas entre “Depresión”, “Ansiedad Estado y “Ansiedad Rasgo”, siendo precisamente más altas con ésta última (del Barrio et al. 1997).

Cosas muy semejantes suceden al tomar como modelo de referencia el de los “Big Five”. En efecto hemos aplicado el Cuestionario de Personalidad de los Cinco Grandes (BFQ, Barbaranelli, Caprara & Rabasca, 1998, en su adaptación experimental española de del Barrio) a una muestra de 696 niños pertenecientes a la población general. Los resultados muestran, de nuevo, que la depresión en los niños guarda una estrecha relación con estas estructuras de personalidad. Los sujetos que obtienen altas puntuaciones en el factor “Conciencia” muestran menores puntuaciones en “Depresión total” (p=0.0001) y también en cada uno de los factores del CDI. Lo mismo ocurre con “Extroversión”, “Apertura” y “Conformidad”. En cambio en el caso del “Neuroticismo” o inestabilidad emocional las puntuaciones en depresión se elevan precisamente en aquellos sujetos con altas puntuaciones en este factor.

De todo ello parece poder inferirse que una determinada estructura de personalidad es protectora o potenciadora de la aparición de sintomatologías depresivas en los niños. Como acabamos de ver, este resultado es consistente aún utilizando diferentes técnicas de evaluación.



2.3-AUTOEFICACIA Y DEPRESIÓN



Otro de los elementos personales que hemos procurado controlar en nuestros estudios se refiere al constructo de la Autoeficacia. Los trabajos de Bandura (1977) sobre este tema ya indicaban que la percepción que el sujeto tiene de sí mismo respecto de la posibilidad de actuar con éxito es determinante para la consecución del mismo. Esto incrementa la autoestima y con ella aumenta la experiencia de sentimientos positivos. La percepción de incompetencia, por el contrario, incrementa la probabilidad del fracaso y éste se muestra estrechamente ligado con sentimientos negativos y deprimentes. Tales relaciones no sólo se han comprobado en adultos, sino también en niños (Bandura, Pastorelli, Barbaranelli & Caprara, 1999).

En nuestra investigación aparece claramente confirmada esta relación. Hemos evaluado la “Autoeficacia” a través del instrumento Escala de Autoeficacia para Niños (Bandura, 1990) en su adaptación para niños y a población española (del Barrio, trabajo no publicado). Los resultados muestran una covariación negativa constante entre la “Autoeficacia” y la “Depresión” y también entre cada uno de los factores de ambos constructos. Las correlaciones más potentes se encontraron entre “Autoeficacia académica” y los factores de “Ineficacia” y “Pesimismo” del CDI. El único factor de autoeficacia que no ha correlacionado con ningún factor de depresión ha sido el de “Resistencia a la tentación”. Es interesante comprobar en este tipo de estudios la importancia que tiene el éxito académico en la vida emocional de los niños (Carrasco & del Barrio, 2000).



2.4-EDAD Y SEXO



Los factores demográficos de edad y sexo se han estudiado con mucho detalle en relación con la depresión. La mayor parte de los estudios encuentran una relación positiva entre edad y depresión, llegándose a precisar las distintas incidencias del problema en diferentes niveles de edad. Así parece que en la edad preescolar la depresión alcanza una incidencia media del 1%, en edad escolar un 5% y ya en la adolescencia puede alcanzar hasta un 13% (Poznaski & Mokros, 1994).

En nuestros estudios con niños españoles, hemos encontrado este mismo fenómeno: la incidencia crece rápidamente con la edad. En los niños con edad preescolar las cifras alcanzan un 3.7% (Moreno et al., 1998); en etapa escolar (7-12), y con una muestra representativa de toda la población infantil de 6.432 sujetos, se ha encontrado un 2% de depresión mayor y un 8% de trastorno distímico lo que alcanza en conjunto hasta un 10%. (Domenech & Polaino, 1989). En un estudio de seguimiento de cinco años se ha apreciado en niños valencianos esta misma tendencia, comparando los mismos niños en su período escolar (8-10) ( 10% de incidencia) con el adolescente (14-15) (12% de incidencia) (Mestre et al., 1992).

Este es un panorama semejante al de la población global y en nuestro caso se comprueba el incremento con la misma muestra de niños.

Respecto del sexo las diferentes investigaciones han venido poniendo de manifiesto que en las niñas alcanzan unos mayores niveles de depresión, pero sólo a partir de la adolescencia y no antes (Lewinshon, 1994). En todas las ocasiones que hemos estudiado el efecto sexo hemos encontrado estas diferencias a partir de los 12 años y son las chicas las que tienen un mayor nivel de sintomatología depresiva (p=0.03 con CDI) y (p=0.01 con EED).



3-FACTORES SOCIALES


Examinaremos ahora las relaciones significativas que parecen encontrarse entre las depresiones y una serie de dimensiones grupales o sociales, comenzando por el caso de las relaciones familiares.

La importancia de la familia, bien como escudo o como factor de riesgo de todo tipo de problemas infantiles, es algo perfectamente documentado y aceptado por todos los estudiosos de la psicopatología infantil. En el caso de la depresión, es perfectamente claro que las relaciones afectivas entre los miembros de la familia y la depresión materna son los dos factores que guardan una más estrecha relación con la incidencia de la depresión en el niño. Las relaciones afectivas positivas madre-hijo, la armónica dinámica familiar, se consideran como los más importantes inhibidores de las respuestas depresivas precoces. Por el contrario, el distanciamiento, el abandono, el abuso psíquico y físico, problemas emocionales de padres son los más destacables factores de riesgo en el seno familiar.



3.1-DEPRESIÓN MATERNA



La mayor incidencia de la depresión infantil en madres deprimidas es uno de los pocos factores de riesgo indiscutidos en toda la literatura de referencia (Murray et al, 1999). Sin embargo, su última interpretación es cuestión muy debatida, pues la interpretación del hecho como un factor orgánico por parte de unos investigadores ha chocado con la interpretación ambiental de otros, lo que ha hecho correr ríos de tinta y probablemente estemos todavía lejos de poder deslindar con precisión estos distintos elementos etiológicos. En todo caso, hoy se admite una estrecha interacción entre ambos. La incidencia más baja de depresión infantil en hijos de madres deprimidas, con un valor de 14% la encontraron Cytryn y McKnew (1984), pero en una muestra de niños entre 12 y 18 meses; las cifras más altas provienen de un trabajo de Weisman (1984) y ascienden a un 73% en niños de 6 a 18 años. Si se comparan tales cifras con la incidencia ya mencionada en la población general (10%) se advierte la importancia que parece tener la depresión materna en la aparición de la depresión en el niño. Las cifras actuales se mantienen muy altas.

En un reciente estudio (Radke-Yarrow,1998), llevado a cabo durante cinco años con niños y adolescentes entre 1 y 19 años de edad pertenecientes a 98 familias, han aparecido unos interesantes datos. La muestra estaba compuesta por familias con madres representativas de una triple condición: sin depresión (30), con depresión unipolar (42) y con depresión bipolar (26). En estos grupos se ha comprobado que la incidencia de la depresión empiezan a elevarse en las familias con madres deprimidas a partir de los 5 años, pero no antes. Los grupos más afectados parecen ser los de madres con depresión unipolar. Se aprecia la aparición de un mayor número de casos con el paso del tiempo especialmente en los grupos de más edad donde, tanto en el caso de depresión bipolar como unipolar la depresión infantil afecta al 70% de los sujetos. En cambio, en el caso de sujetos más jóvenes la alteración aparece en el 60% de los sujetos de madres unipolares y en el 35% de los de madres bipolares. Este dato no parece que apoye las tesis puramente organicistas. Por otra parte los problemas sociales y de estrés de este tipo de madres es significativamente superior a las de la población general tanto en lo que se refiere a problemas matrimoniales como familiares, económicos etc., lo cual introduce un elemento claramente ambiental en la posible explicación.

En nuestra investigación no hemos abordado todavía directamente este tema aunque ya está en marcha una primera aproximación.



3.2-RELACIONES FAMILIARES Y MATRIMONIALES



La relación de los padres y los hijos está mediada por múltiples factores, pero uno de los más importantes es el de las primeras relaciones afectivas del niño en las que se van a fundar las siguientes. La calidad de la interacción familiar es un tema fundamental que puede ser contemplado desde muy distintas perspectivas: la relación del hijo con los padres y, muy especialmente con su madre; la relación de los miembros de la familia en su conjunto, o las relaciones matrimoniales. Cada una de ellas tiene sus propias características y consecuencias y, aunque se implican mutuamente, no son equiparables ni menos identificables pero se dan con una cierta consistencia en todas las sociedades desarrolladas (Donnelly, 1999).

Empezaremos por las relaciones padres-hijos por ser primeras y principales. Aquí, el apego seguro se ha mostrado como uno de los factores más fuertemente protectores de la depresión. El item más discriminante del CDI entre niños deprimidos y no deprimidos es el de “nadie me quiere” (p=0.00005) (del Barrio, 1990) lo que realmente indica una percepción peyorativa de las relaciones afectivas. Efectivamente los niveles de depresión de un niño ascienden cuando sus relaciones con los padres son malas (del Barrio & Mestre, 1989)

Cuando se considera la interrelación familiar como un todo, su cohesión es también algo importante en relación con los niveles de depresión. En nuestra investigación hemos encontrado niveles de cohesión real (medidos a través del FACES de Olson, 1982) más bajos en los niños con una más alta sintomatología depresiva (del Barrio Moreno & Roa, 1994).

(Ver 13 figura)

Respecto a la dinámica de la estructura familiar hemos constatado que el tamaño de la familia guarda una interrelación con la depresión infantil de carácter irregular. En ocasiones la familia numerosa parece que incrementa los síntomas depresivos, mientras que eso no sucedió en otras ocasiones. Esto apunta a que otros elementos familiares pueden interaccionar con su tamaño y que éste no es suficientemente determinante como para consolidar constantemente los resultados. Las malas relaciones con los hermanos, especialmente los celos, incrementan los síntomas depresivos (p=0.0003) (del Barrio, 1990). También hemos encontrado un pequeño incremento de la sintomatología depresiva en los hogares con hermanastros (p=0.04) y con aquellos que tienen un hermano adoptado (0.02), pero no existe esta relación en el caso de ser el hijo adoptado (del Barrio, 1990).

Las buenas relaciones matrimoniales no son sólo importantes en las familias intactas sino en las rotas. Hay una ingente literatura sobre separación y problematicidad infantil. Después de una primera etapa con resultados alarmantes, se ha venido a confirmar que las alteraciones infantiles consiguientes a una separación matrimonial se derivan más de cómo se lleva a cabo ésta que de la separación misma. Nuestra investigación apoya esta última tesis, puesto que hemos encontrado que la situación emocional de los hijos de padres separados es mejor si las relaciones entre los progenitores son buenas. En cambio, los síntomas depresivos son más intensos en aquellos niños cuyos padres separados se llevan mal (Pons & del Barrio, 1993).

También hemos encontrado un nivel significativamente más alto de síntomas depresivos (p=0.0003) en los niños que viven con un solo progenitor, por separación, pero esto no ocurre cuando ello ha sido debido a la muerte de uno de ellos. Esto vuelve a confirmar de nuevo al papel fundamental que desempeñan las relaciones entre los padres en el estado emocional de un niño.







3.3-HABITOS DE CRIANZA Y DEPRESIÓN



Entre los muchos factores familiares que se han relacionado con disfunciones infantiles ocupan un lugar fundamental los Hábitos de Crianza. Estos constituyen la primera ordenación que el niño percibe del mundo circundante y ésta condiciona sus interacciones con el entorno. Así las condiciones personales inadecuadas de un sujeto pueden ser mitigadas por un buen sistema educativo o, por el contrario, fomentadas. La familia se convierte en el intermediario entre el niño y el entorno y funciona como una segunda placenta social.

La mayor parte de las investigaciones llevadas a cabo en este campo indican que una crianza basada en una buena comunicación afectiva y una normativa clara y flexible es la garantía de la buena adaptación social de un niño. Por el contrario, la crianza sentimentalmente fría con o sin una legislación rígida y autoritaria incrementan las posibilidades de aparición de desadaptaciones infantiles (Maccoby, 1992).

Entre todas las perturbaciones posibles que se pueden derivar de una crianza fría y autoritaria se encuentra desde luego la depresión infantil.

En nuestra investigación hemos llevado a cabo la evaluación de los hábitos de crianza mediante el instrumento Parent-Child Relationship Inventory (PCRI, Gerard, 1994) ( adaptación española de del Barrio y Roa, 1995). En esta adaptación se ha usado el original de Gerard aplicable a madres y además se ha construido otro aplicable a niños. La razón de ello es que las madres y los hijos correlacionan muy débilmente en toda información relacionada con trastornos de tipo interiorizado, como es el caso de la depresión. Dada la naturaleza de nuestro estudio, necesitábamos tener como fuente de información al niño.

Los resultados muestran que cuando la fuente de información es la madre tan sólo se encuentran correlaciones significativas con la depresión infantil en la escala de comunicación. En cambio cuando la fuente es el niño se hacen patentes correlaciones negativas entre síntomas depresivos y “Apoyo”, “Compromiso”, “Comunicación” y “Disciplina”. Cabe, pues decir que los niños que perciben en sus madres un bajo nivel de apoyo, compromiso, comunicación y disciplina son los que presenta mayor sintomatología depresiva. Por otra parte, como las correlaciones son de signo positivo respecto a la “Deseabilidad Social”, parece que los niños con más síntomas depresivos son los que perciben en sus madres más alta deseabilidad social.



4-ENTORNO SOCIAL


Todo sujeto se socializa mediante una compleja interacción entre sus características personales, el núcleo familiar en el que se cría y la sociedad en la que éste está inmerso. Existe un flujo y reflujo entre estos tres factores que explican la conducta concreta del sujeto. Respecto de la depresión se ha estimado continuamente la importancia de la calidad e incluso cantidad de las experiencias que el entorno brinda a cada cual. Si las experiencias son múltiples y positivas producen una resistencia diferencial ante la adversidad; si, por el contrario las experiencias son pocas o negativas el sujeto es más vulnerable a desarrollar un afrontamiento deficiente.

En relación con el entorno social mediato son especialmente importantes los acontecimientos negativos y todo cambio que suponga pérdidas de aspectos positivos en la vida del niño. En este sentido, la clase social se convierte también en un elemento discriminativo importante, porque posibilita o impide el acceso a una serie de recursos que están directa o indirectamente ligados a la posibilidad de aparición de una depresión en el niño o adolescente. Así los acontecimientos negativos son más frecuentes en clases sociales deprimidas y por el contrario también son más escasas o precarias las posibles soluciones a esos problemas.



4.1-Acontecimientos vitales



La interpretación conductual sostiene que la depresión se produce por la ausencia de refuerzos, y si a esto se le añade la presencia continuada de experiencias negativas, que actúan como estímulos aversivos, es todavía más claro que la probabilidad de aparición de sentimientos depresivos puede elevarse cuando aquellas circunstancias están presentes en la vida del niño. De hecho esto es así, tanto en adultos como en niños y ha sido constatado repetidamente por los investigadores en este campo (Goodyer, 2001). Son acontecimientos negativos para los niños la desatención, el abuso, las amenazas, el fracaso, las malas notas, el rechazo, las separaciones, la enfermedad propia y la paterna, muertes familiares o de amigos y también pequeñas contrariedades como burlas, pérdidas de objetos, cambios, riñas. La evaluación de los acontecimientos vitales en los niños plantea problemas de fiabilidad, sobre todo cuando se trata de acontecimientos lejanos; por eso la mayor parte de los estudiosos buscan investigar períodos próximos.

Muchos investigadores, sobre todo desde los estudios sobre adultos de Brown & Harris, (1978), han encontrado una relación positiva entre acontecimientos vitales negativos y depresión. En población infantil aparece un fenómeno paralelo: en los más pequeños los acontecimientos se centran en el mundo familiar y más tarde los compañeros y la escuela ocupan los lugares prioritarios (Goodyer, 1985, 2001, Williamson et al., 1998). Nosotros, en población de niños españoles en edad escolar hemos encontrado que la depresión tiene niveles más altos en aquellos niños que informan haber tenidos más y más intensos acontecimientos de este tipo en sus vidas (ver figura, 18), sobre todo en lo que se refiere a muertes familiares, nacimientos de hermanos y problemas escolares (Moreno et al., 1996); al igual que lo afirmado por otros muchos investigadores la cantidad manifiesta puede ser tan importante como el impacto (Adams & Adams, 1993). Estudios longitudinales recientes han mostrado como el impacto de los acontecimientos sobre niños y adolescentes está mediatizado por aspectos personales tales como inteligencia y temperamento (Nicholson et al., 1999) y también por la propia conducta: dificultades en la escuela, droga, conflictos paternos etc. y episodios previos de depresión (Lewinsohn et al.,1999).





5-COMORBILIDAD ENTRE DEPRESIÓN Y AGRESIÓN



Uno de los problemas añadidos que presenta la DI y juvenil es su comorbilidad con otro tipo de alteraciones infantiles, especialmente la ansiedad y los problemas de conducta. Esto es un factor de riesgo más, puesto que este fenómeno produce que la depresión sea mal diagnosticada, con la inmediata consecuencia de una perduración en el tiempo por la ausencia de una solución terapéutica adecuada. Se estima que en el caso de la depresión la comorbilidad alcanza entre un 15% y un 42% según los casos (Anderson et al., 1987; Cole et al., 1997).

En nuestra investigación hemos encontrado una constante relación entre Ansiedad y Depresión (del Barrio et al., 1997)

Nuestros resultados son muy parecidos a los encontrados Cole et al. (1999) respecto de la ansiedad y a los de Knox et al. (2000).Estos resultados pueden interpretarse como un fenómeno artefactual como opina Feldman (1993) o bien porque se produzcan elementos desencadenantes coetáneos para estas distintas perturbaciones o simplemente porque se trata de un trastorno complejo a los que muchos denominan perturbación del estado de ánimo.

Por otra parte es evidente que los trastornos de conducta, en todas sus posibles gradaciones: desobediencia, hiperactividad, delincuencia y agresión son el otro bloque en donde aparece una clara comorbilidad con la depresión (Weis & Catron, 1994). En nuestra investigación esta relación la hemos encontrado repetidamente con problemas de conducta (del barrio et al, 2001).

También hemos encontrado esta correlación con la Ira, medida con el STAXI-N (del Barrio et al., 1998).

(ver figura, 18 ira)

Por otra parte de una manera constante aparece la relación entre la depresión y la agresión; en la mayor parte de las ocasiones hemos medido este constructo a través de la prueba AFV de Capara et al., 1993 (del Barrio et al., 2000).

Hoy este fenómeno de comorbilidad está ya recogido en los criterios diagnósticos, en donde, como es sabido, la irritabilidad puede llegar a sustituir la anhedonia en población infantil y juvenil. Es especialmente importante atender a esta comorbilidad para evitar la confusión diagnóstica y atacar directamente el problema depresivo.











CONCLUSIONES



De todo lo que acabamos de exponer se infiere que la depresión infantil tiene en estos momentos un incremento patente en los países de lo que se viene llamando el primer mundo y que, muy probablemente, este fenómeno esta relacionado con los factores de riesgo que hemos expuesto. Estos factores son de carácter personal, familiar y social que interaccionan entre sí de una manera muy compleja. Probablemente, si queremos buscar una explicación de las diferentes tasas de DI en los distintos niveles de desarrollo económico deberíamos fijar la atención en elementos tales como el cambio en la estructura e interacción familiar, junto con la proliferación de acontecimientos que incrementan la soledad y dificultan el apoyo, como ocurre con las aglomeraciones urbanas y la inmigración. Tal vez éstas puedan ser las últimas explicaciones del incremento de la DI precisamente en aquellas sociedades mejor dotadas desde un punto de vista material y económico. Es evidente que en este tipo de sociedades el dinero, y la real autonomía que éste produce, incrementan la aparición de conductas competitivas donde la actitud egoísta e insolidaria puede llegar a ser más frecuente y por tanto agostar la cooperación el apoyo y la compañía que todo ser humano necesita para la consecución de la felicidad.

La depresión infantil y juvenil es un problema enorme, que afecta a un gran número de personas. Es urgente ir aclarando los factores de riesgo para que sea posible promover una prevención adecuada y eficaz.







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14 comentarios:

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