Yo
Fuente(2)
s.m. (fr. moi; ingl. ego; al. Ich). Según Freud, sede de la conciencia y también lugar demanifestaciones inconcientes. El yo, elaborado por Freud en su segunda tópica (yo, ello ysuperyó), es una diferenciación del ello; es la instancia del registro imaginario por excelencia,por lo tanto de las identificaciones y del narcisismo.Hablar del yo en la teoría freudiana equivale a trazar la historia de la técnica analítica, con susvacilaciones, sus impasses, sus descubrimientos. Parecería que, antes de 1920, lainterpretación, tal como la practicaba Freud con sus histéricas, daba resultados satisfactorios.Para intentar explicar los fenómenos psíquicos, Freud elabora por entonces lo que llama laprimera tópica: el inconciente, el preconciente, el conciente, con los dos principios que rigen lavida psíquica: el principio de placer y el principio de realidad. Pero este recorte se revelaráinoperante para explicar el fenómeno que Freud descubre a propósito de las neurosistraumáticas: la compulsión de repetición, que aborda en Más allá del principio de placer (1920).Este es un texto que hace de bisagra porque después de él Freud elabora la segunda tópica: elello, el yo y el superyó, al que también llamará ideal del yo.Este nuevo recorte no recubre al primero: el yo engloba lo conciente y lo preconciente, y tambiénuna parte inconciente. Allí Freud está bien lejos de la teoría clásica del yo de los filósofos, por-que si el hombre ha deseado siempre ser sujeto del conocimiento y lugar de la totalización de unsaber, el descubrimiento freudiano hará que todas las certidumbres se batan en retirada, almostrar con el inconciente la paradoja de un sujeto constituido por algo que no puede saber yliteralmente excéntrico respecto de su yo.Génesis del Yo. Freud describe al yo como una parte del ello que se habría diferenciado bajo lainfluencia del mundo exterior. ¿Cuáles son los mecanismos intervinientes en este proceso?En el ello reina el principio de placer. Pero el ser humano es un animal sociable y, si quiere vivircon sus congéneres, no puede instalarse en este principio de placer, que tiende a la menortensión, así como le es imposible dejar que las pulsiones se expresen en estado puro. El mundoexterior, en efecto, impone al niño pequeño prohibiciones que provocan la represión y latrasformación de las pulsiones orientándolas a una satisfacción sustitutiva que provocará a suvez un sentimiento de displacer en el yo. El principio de realidad ha relevado al principio deplacer. El yo se presenta como una especie de tapón entre los conflictos y escisiones delaparato psíquico, así como trata de desempeñar el papel de una especie de para-excitacionesfrente a las agresiones del mundo exterior.A partir de J. Lacan, se puede agregar que sólo porque el ser humano es un ser hablante seinstaura la represión y, con ella, la división del sujeto. La barra que viene así a golpearlo [frapper:también «impresionar», «marcar»] le prohibe [inter-dice] el acceso a la verdad de su deseo. Descripción del aparato psíquico, o tópica freudiana. En su artículo El yo y el ello (1923), Freudescribe: «Un individuo por lo tanto es, para nosotros, un ello psíquico incógnito e inconciente, encuya superficie está ubicado el yo, que se ha desarrollado a partir del sistema preconcientecomo su núcleo (...) el yo no envuelve por completo al ello sino sólo en los límites en los que elpreconciente forma su superficie, un poco como el disco germinativo se asienta sobre el huevo.El yo no está netamente separado del ello, se fusiona con él en su parte inferior».Freud agrega que el yo tiene un «casquete acústico», por lo que la importancia de las palabrasno reside simplemente en el nivel de la significación, sino en el nivel de los «restos mnémicos dela palabra oída». Ya se encuentra aquí, en germen, lo que la lingüística desarrollará más tardecon la relación significante- significado que Lacan aplicará al psicoanálisis.Freud insiste en otro aspecto esencial del yo: es ante todo un yo-cuerpo: «puede serconsiderado como una proyección mental de la superficie del cuerpo y representa la superficiedel aparato mental».Es interesante notar que el único acceso que el hombre tiene a su cuerpo pasa por el yo. Estaaserción se revelará particularmente pertinente cuando Lacan desarrolle los aspectos deespejismo y engaño del yo. Esto podría explicar el poco acceso a la realidad de su cuerpo quemanifiesta el ser humano. Siempre es sorprendente oír a alguien hablar de la manera en que «seve».¿Cuáles son las funciones del Yo? El yo es descrito por Freud como una instancia móvil enperpetua reelaboración, pero también lo describe como pasivo y accionado por fuerzas que noes posible dominar, haciéndose víctima del ello.Las funciones del yo son múltiples:es capaz de operar una represión;es la sede de las resistencias;trata de manejar la relación «principio de placer» - «principio de realidad»;participa en la censura, ayudado en esto por el superyó, que sólo es una diferenciación del ello.En El yo y el ello, igualmente, Freud escribe: «La percepción desempeña para el yo el papel queen el ello recae en la pulsión. El yo representa lo que se puede llamar razón y buen sentido, enoposición al ello, que tiene por contenido las pasiones»;es capaz de construir medios de protección; verdadero lugar de pasaje de la libido, parece conducir los investimientos de objeto hacia laidealización, y los desinvestimientos de objeto, hacia el retorno de la libido al yo, llamadaentonces libido narcisista,toda sublimación se produce por intermedio del yo, que trasforma la libido de objeto sexual enlibido narcisista;es la sede de las identificaciones imaginarias.La identificación y el Yo. La identificación es un mecanismo que tiende a volver al propio yoparecido al otro que se ha tomado como modelo. «El yo copia [a la persona amada u odiada]»,escribe Freud en el capítulo «La identificación» [de Psicología de las masas y análisis del yo(1921)]. Lacan, con el estadio del espejo (Escritos, 1966), muestra que el niño pequeño anticipaimaginariamente la forma total de su cuerpo por medio de una identificación, estableciendo así elprimer esbozo del yo, tronco de las identificaciones secundarias. Pero, en ese momentoesencial, hay que subrayar que el niño es sostenido por una madre cuya mirada lo mira. Allíreside todo el campo de la narcisización como fundadora de la imagen del cuerpo del niño y desu estatuto narcisista a partir de lo que es primero el amor de la madre y el orden de la miradadirigida al niño. Pero, al mismo tiempo que reconoce su imagen en el espejo, el niño la ve y lacapta ante todo como la de otro. «El yo es el otro» [paráfrasis de una frase de Rimbaud citadapor Lacan l. Su ilustración es el fenómeno del transitivismo.Paralelamente al reconocimiento de sí mismo en el espejo, se observa en el pequeño puesto enpresencia de otro niño, cercano en edad, un comportamiento particular: lo observa concuriosidad, lo imita, intenta seducirlo o agredirlo. El niño que ve caer a otro llora, el que pega dicehaber sido golpeado. Más que una mentira infantil se reconoce aquí al yo, instancia de loimaginario en el sentido de la imagen, al yo de la relación dual, de la confusión entre sí mismo y elotro, puesto que el sujeto se vive y se registra ante todo en el otro.Se puede decir entonces que el yo es la imagen del espejo en su estructura invertida. El sujetose confunde con esta imagen que lo «forma» y lo aliena primordialmente.El yo conservará de este origen el gusto por el espectáculo, por la seducción, por la parada,pero el gusto también por las pulsiones sadomasoquistas y escoptofílicas (o voyeuristas),destructoras del otro en su esencia: «Yo o el otro». Se trata de la agresividad constitutiva delser humano, que debe ganar su lugar por sobre el otro e imponérsele bajo pena de ser a su vezaniquilado.Lacan, como Freud, pondrá el acento en la multiplicidad de las identificaciones y, por lo tanto, delos yoes. El yo está formado por la serie de las identificaciones que han representado para elsujeto una referencia esencial en cada momento histórico de su vida. Pero Lacan insistirá másen el aspecto de engaño, de apariencia, de flusión que reviste al yo de una «ex-centricidad» radical respecto del sujeto, comparando al yo con una superposición de las diferentes capastomadas de lo que llama «el baratillo de su tienda de accesorios».¿Qué sucede en esta perspectiva con la conciencia? El hombre puede decir: «yo soy el quesabe que soy», pero no sabe quién es «Yo» [aquí «je», forma vacía del pronombre personal,distinta del «moi»]. La conciencia en el hombre es una especie de tensión entre el yo [moi]lalienado del sujeto y una percepción que fundamentalmente se le escapa. Como toda percepciónpasa por el filtro del fantasma, toda percepción objetiva es imposible.El Yo y el objeto. El establecimiento del objeto depende del yo, es su correlato. La libido narcisistaque reside en el yo se extiende hacia el objeto, pero también el yo se puede tomar a sí mismocomo objeto. Las características del yo resultan de la sedimentación de los investimientos deobjeto abandonados que se inscriben en la historia de sus elecciones de objeto. En el caso de lamelancolía, hay introyección del objeto perdido. Los amargos reproches que el melancólico sedirige conciernen en realidad al objeto que ha tomado el lugar de una parte del yo. De este modo,el yo es partido, cortado en dos, y una parte se encona con la otra.Pero este sentimiento de duplicidad del yo no siempre es patológico; podemos reconoceroperante aquí la instancia del superyó, diferenciada del yo. En lo cotidiano, esto se manifiesta enla autoobservación, la conciencia moral, la censura onírica, y en su participación en la represión.Produce así la sensación de ser vigilado por una parte de sí mismo, lo que da al yo suscaracterísticas paranoides. En la identificación, cuando el yo adopta los rasgos del objeto, seimpone, por así decirlo, al ello como objeto de amor. Se puede entonces decir que el yo seenriquece con las cualidades del objeto, mientras que en el enamoramiento se empobrece. Todopasa como si la libido narcisista se hubiera vaciado en el objeto.La elección de objeto es siempre una elección de objeto narcisista, se ama lo que se quisieraser. Lacan, releyendo a Freud, introduce un elemento suplementario: en el plano imaginario, elobjeto siempre se le presenta al hombre como un espejismo inasible. Por eso toda relación objetalestará siempre marcada por una incertidumbre fundamental.El Yo y el sueño. Una de las emergencias del yo en el sueño es por supuesto la necesidadmanifiesta de dormir, ¡o más bien de no despertarse! Pero se podría decir que también en la vidadiurna no es cosa de despertarse y que de eso se trata en el «no quiero saber nada» que cadacual ostenta, conformándose con creer que su ver -dad está en la instancia vigil del yo.Por otra parte, en el sueño, toda tentativa de expresión del sujeto del inconciente estásabiamente disfrazada. Quizás sea en este nivel donde el juego de las escondidas con el yo esmás fuerte.También en el nivel del yo aparece la función del ensueño. Es la satisfacción imaginaria, ilusoria,del deseo. A través de ese sesgo, por otra parte, se puede registrar la existencia de una actividad fantasmática inconciente.El Yo y el instinto de muerte. Con la compulsión a la repetición, Freud entrevé que más allá del«principio de placer» existe lo que llama instinto de muerte. [Todestrteb o Todestriebe: pulsión opulsiones de muerte.] En un primer momento, hace una distinción tajante entre pulsiones delyo-pulsiones de muerte, y pulsiones sexuales-pulsiones de vida, para llegar luego a la oposiciónpulsiones de vida-pulsiones de muerte. El yo está ligado a la hiancia primaria del sujeto, como lomuestra el estadio del espejo, y en esto es el más cercano a la muerte, como lo sugiere por otraparte el mito de Narciso. En el caso de la neurosis obsesiva, se puede registrar la incidenciamortal del yo llevada a su punto extremo. Con Lacan, se puede decir que «el yo es un otro». Elobsesivo, justamente, es siempre un otro. Diga lo que diga, siempre se expresa haciendo hablara algún otro. En el Seminario II, «El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica»(1954-55), Lacan escribe: «En la medida en que evita su propio deseo, a todo deseo en el quese comprometa aun aparentemente lo presentará como el deseo de ese otro sí-mismo que es suyo (...) Hay que hacerle comprender cuál es la función de esta relación mortal que mantieneconsigo mismo y que lo lleva, desde que un sentimiento es propio de él, a empezar por anularlo».El estudio del yo ha ocupado un lugar central en el trabajo de investigación que los sucesores deFreud han podido realizar. La psicología del yo llegará a confundir al sujeto y al yo, conduciendoel trabajo analítico esencialmente sobre el análisis del yo y apuntando a una identificación con el«yo fuerte» del analista, redoblando así el engaño y el desconocimiento del deseo, y buscandosólo la adaptación. Lacan responde a esto con una sola frase: «La intuición del yo, en tanto estácentrada en una experiencia de la conciencia, conserva un carácter cautivante del que hay quedesprenderse para acceder a nuestra concepción del sujeto. Trato de apartarlos de suatracción a fin de permitirles captar finalmente dónde está para Freud la realidad del sujeto. En elinconciente excluido del sistema del yo, el sujeto habla» (J. Lacan, Seminario II). El analista, porlo tanto, no tiene otro instrumento de trabajo que el lenguaje, y su mira sólo puede ser el discursoinconciente del sujeto, discurso que corre por debajo del discurso corriente conciente.
Fuente(2)
s.m. (fr. moi; ingl. ego; al. Ich). Según Freud, sede de la conciencia y también lugar demanifestaciones inconcientes. El yo, elaborado por Freud en su segunda tópica (yo, ello ysuperyó), es una diferenciación del ello; es la instancia del registro imaginario por excelencia,por lo tanto de las identificaciones y del narcisismo.Hablar del yo en la teoría freudiana equivale a trazar la historia de la técnica analítica, con susvacilaciones, sus impasses, sus descubrimientos. Parecería que, antes de 1920, lainterpretación, tal como la practicaba Freud con sus histéricas, daba resultados satisfactorios.Para intentar explicar los fenómenos psíquicos, Freud elabora por entonces lo que llama laprimera tópica: el inconciente, el preconciente, el conciente, con los dos principios que rigen lavida psíquica: el principio de placer y el principio de realidad. Pero este recorte se revelaráinoperante para explicar el fenómeno que Freud descubre a propósito de las neurosistraumáticas: la compulsión de repetición, que aborda en Más allá del principio de placer (1920).Este es un texto que hace de bisagra porque después de él Freud elabora la segunda tópica: elello, el yo y el superyó, al que también llamará ideal del yo.Este nuevo recorte no recubre al primero: el yo engloba lo conciente y lo preconciente, y tambiénuna parte inconciente. Allí Freud está bien lejos de la teoría clásica del yo de los filósofos, por-que si el hombre ha deseado siempre ser sujeto del conocimiento y lugar de la totalización de unsaber, el descubrimiento freudiano hará que todas las certidumbres se batan en retirada, almostrar con el inconciente la paradoja de un sujeto constituido por algo que no puede saber yliteralmente excéntrico respecto de su yo.Génesis del Yo. Freud describe al yo como una parte del ello que se habría diferenciado bajo lainfluencia del mundo exterior. ¿Cuáles son los mecanismos intervinientes en este proceso?En el ello reina el principio de placer. Pero el ser humano es un animal sociable y, si quiere vivircon sus congéneres, no puede instalarse en este principio de placer, que tiende a la menortensión, así como le es imposible dejar que las pulsiones se expresen en estado puro. El mundoexterior, en efecto, impone al niño pequeño prohibiciones que provocan la represión y latrasformación de las pulsiones orientándolas a una satisfacción sustitutiva que provocará a suvez un sentimiento de displacer en el yo. El principio de realidad ha relevado al principio deplacer. El yo se presenta como una especie de tapón entre los conflictos y escisiones delaparato psíquico, así como trata de desempeñar el papel de una especie de para-excitacionesfrente a las agresiones del mundo exterior.A partir de J. Lacan, se puede agregar que sólo porque el ser humano es un ser hablante seinstaura la represión y, con ella, la división del sujeto. La barra que viene así a golpearlo [frapper:también «impresionar», «marcar»] le prohibe [inter-dice] el acceso a la verdad de su deseo. Descripción del aparato psíquico, o tópica freudiana. En su artículo El yo y el ello (1923), Freudescribe: «Un individuo por lo tanto es, para nosotros, un ello psíquico incógnito e inconciente, encuya superficie está ubicado el yo, que se ha desarrollado a partir del sistema preconcientecomo su núcleo (...) el yo no envuelve por completo al ello sino sólo en los límites en los que elpreconciente forma su superficie, un poco como el disco germinativo se asienta sobre el huevo.El yo no está netamente separado del ello, se fusiona con él en su parte inferior».Freud agrega que el yo tiene un «casquete acústico», por lo que la importancia de las palabrasno reside simplemente en el nivel de la significación, sino en el nivel de los «restos mnémicos dela palabra oída». Ya se encuentra aquí, en germen, lo que la lingüística desarrollará más tardecon la relación significante- significado que Lacan aplicará al psicoanálisis.Freud insiste en otro aspecto esencial del yo: es ante todo un yo-cuerpo: «puede serconsiderado como una proyección mental de la superficie del cuerpo y representa la superficiedel aparato mental».Es interesante notar que el único acceso que el hombre tiene a su cuerpo pasa por el yo. Estaaserción se revelará particularmente pertinente cuando Lacan desarrolle los aspectos deespejismo y engaño del yo. Esto podría explicar el poco acceso a la realidad de su cuerpo quemanifiesta el ser humano. Siempre es sorprendente oír a alguien hablar de la manera en que «seve».¿Cuáles son las funciones del Yo? El yo es descrito por Freud como una instancia móvil enperpetua reelaboración, pero también lo describe como pasivo y accionado por fuerzas que noes posible dominar, haciéndose víctima del ello.Las funciones del yo son múltiples:es capaz de operar una represión;es la sede de las resistencias;trata de manejar la relación «principio de placer» - «principio de realidad»;participa en la censura, ayudado en esto por el superyó, que sólo es una diferenciación del ello.En El yo y el ello, igualmente, Freud escribe: «La percepción desempeña para el yo el papel queen el ello recae en la pulsión. El yo representa lo que se puede llamar razón y buen sentido, enoposición al ello, que tiene por contenido las pasiones»;es capaz de construir medios de protección; verdadero lugar de pasaje de la libido, parece conducir los investimientos de objeto hacia laidealización, y los desinvestimientos de objeto, hacia el retorno de la libido al yo, llamadaentonces libido narcisista,toda sublimación se produce por intermedio del yo, que trasforma la libido de objeto sexual enlibido narcisista;es la sede de las identificaciones imaginarias.La identificación y el Yo. La identificación es un mecanismo que tiende a volver al propio yoparecido al otro que se ha tomado como modelo. «El yo copia [a la persona amada u odiada]»,escribe Freud en el capítulo «La identificación» [de Psicología de las masas y análisis del yo(1921)]. Lacan, con el estadio del espejo (Escritos, 1966), muestra que el niño pequeño anticipaimaginariamente la forma total de su cuerpo por medio de una identificación, estableciendo así elprimer esbozo del yo, tronco de las identificaciones secundarias. Pero, en ese momentoesencial, hay que subrayar que el niño es sostenido por una madre cuya mirada lo mira. Allíreside todo el campo de la narcisización como fundadora de la imagen del cuerpo del niño y desu estatuto narcisista a partir de lo que es primero el amor de la madre y el orden de la miradadirigida al niño. Pero, al mismo tiempo que reconoce su imagen en el espejo, el niño la ve y lacapta ante todo como la de otro. «El yo es el otro» [paráfrasis de una frase de Rimbaud citadapor Lacan l. Su ilustración es el fenómeno del transitivismo.Paralelamente al reconocimiento de sí mismo en el espejo, se observa en el pequeño puesto enpresencia de otro niño, cercano en edad, un comportamiento particular: lo observa concuriosidad, lo imita, intenta seducirlo o agredirlo. El niño que ve caer a otro llora, el que pega dicehaber sido golpeado. Más que una mentira infantil se reconoce aquí al yo, instancia de loimaginario en el sentido de la imagen, al yo de la relación dual, de la confusión entre sí mismo y elotro, puesto que el sujeto se vive y se registra ante todo en el otro.Se puede decir entonces que el yo es la imagen del espejo en su estructura invertida. El sujetose confunde con esta imagen que lo «forma» y lo aliena primordialmente.El yo conservará de este origen el gusto por el espectáculo, por la seducción, por la parada,pero el gusto también por las pulsiones sadomasoquistas y escoptofílicas (o voyeuristas),destructoras del otro en su esencia: «Yo o el otro». Se trata de la agresividad constitutiva delser humano, que debe ganar su lugar por sobre el otro e imponérsele bajo pena de ser a su vezaniquilado.Lacan, como Freud, pondrá el acento en la multiplicidad de las identificaciones y, por lo tanto, delos yoes. El yo está formado por la serie de las identificaciones que han representado para elsujeto una referencia esencial en cada momento histórico de su vida. Pero Lacan insistirá másen el aspecto de engaño, de apariencia, de flusión que reviste al yo de una «ex-centricidad» radical respecto del sujeto, comparando al yo con una superposición de las diferentes capastomadas de lo que llama «el baratillo de su tienda de accesorios».¿Qué sucede en esta perspectiva con la conciencia? El hombre puede decir: «yo soy el quesabe que soy», pero no sabe quién es «Yo» [aquí «je», forma vacía del pronombre personal,distinta del «moi»]. La conciencia en el hombre es una especie de tensión entre el yo [moi]lalienado del sujeto y una percepción que fundamentalmente se le escapa. Como toda percepciónpasa por el filtro del fantasma, toda percepción objetiva es imposible.El Yo y el objeto. El establecimiento del objeto depende del yo, es su correlato. La libido narcisistaque reside en el yo se extiende hacia el objeto, pero también el yo se puede tomar a sí mismocomo objeto. Las características del yo resultan de la sedimentación de los investimientos deobjeto abandonados que se inscriben en la historia de sus elecciones de objeto. En el caso de lamelancolía, hay introyección del objeto perdido. Los amargos reproches que el melancólico sedirige conciernen en realidad al objeto que ha tomado el lugar de una parte del yo. De este modo,el yo es partido, cortado en dos, y una parte se encona con la otra.Pero este sentimiento de duplicidad del yo no siempre es patológico; podemos reconoceroperante aquí la instancia del superyó, diferenciada del yo. En lo cotidiano, esto se manifiesta enla autoobservación, la conciencia moral, la censura onírica, y en su participación en la represión.Produce así la sensación de ser vigilado por una parte de sí mismo, lo que da al yo suscaracterísticas paranoides. En la identificación, cuando el yo adopta los rasgos del objeto, seimpone, por así decirlo, al ello como objeto de amor. Se puede entonces decir que el yo seenriquece con las cualidades del objeto, mientras que en el enamoramiento se empobrece. Todopasa como si la libido narcisista se hubiera vaciado en el objeto.La elección de objeto es siempre una elección de objeto narcisista, se ama lo que se quisieraser. Lacan, releyendo a Freud, introduce un elemento suplementario: en el plano imaginario, elobjeto siempre se le presenta al hombre como un espejismo inasible. Por eso toda relación objetalestará siempre marcada por una incertidumbre fundamental.El Yo y el sueño. Una de las emergencias del yo en el sueño es por supuesto la necesidadmanifiesta de dormir, ¡o más bien de no despertarse! Pero se podría decir que también en la vidadiurna no es cosa de despertarse y que de eso se trata en el «no quiero saber nada» que cadacual ostenta, conformándose con creer que su ver -dad está en la instancia vigil del yo.Por otra parte, en el sueño, toda tentativa de expresión del sujeto del inconciente estásabiamente disfrazada. Quizás sea en este nivel donde el juego de las escondidas con el yo esmás fuerte.También en el nivel del yo aparece la función del ensueño. Es la satisfacción imaginaria, ilusoria,del deseo. A través de ese sesgo, por otra parte, se puede registrar la existencia de una actividad fantasmática inconciente.El Yo y el instinto de muerte. Con la compulsión a la repetición, Freud entrevé que más allá del«principio de placer» existe lo que llama instinto de muerte. [Todestrteb o Todestriebe: pulsión opulsiones de muerte.] En un primer momento, hace una distinción tajante entre pulsiones delyo-pulsiones de muerte, y pulsiones sexuales-pulsiones de vida, para llegar luego a la oposiciónpulsiones de vida-pulsiones de muerte. El yo está ligado a la hiancia primaria del sujeto, como lomuestra el estadio del espejo, y en esto es el más cercano a la muerte, como lo sugiere por otraparte el mito de Narciso. En el caso de la neurosis obsesiva, se puede registrar la incidenciamortal del yo llevada a su punto extremo. Con Lacan, se puede decir que «el yo es un otro». Elobsesivo, justamente, es siempre un otro. Diga lo que diga, siempre se expresa haciendo hablara algún otro. En el Seminario II, «El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica»(1954-55), Lacan escribe: «En la medida en que evita su propio deseo, a todo deseo en el quese comprometa aun aparentemente lo presentará como el deseo de ese otro sí-mismo que es suyo (...) Hay que hacerle comprender cuál es la función de esta relación mortal que mantieneconsigo mismo y que lo lleva, desde que un sentimiento es propio de él, a empezar por anularlo».El estudio del yo ha ocupado un lugar central en el trabajo de investigación que los sucesores deFreud han podido realizar. La psicología del yo llegará a confundir al sujeto y al yo, conduciendoel trabajo analítico esencialmente sobre el análisis del yo y apuntando a una identificación con el«yo fuerte» del analista, redoblando así el engaño y el desconocimiento del deseo, y buscandosólo la adaptación. Lacan responde a esto con una sola frase: «La intuición del yo, en tanto estácentrada en una experiencia de la conciencia, conserva un carácter cautivante del que hay quedesprenderse para acceder a nuestra concepción del sujeto. Trato de apartarlos de suatracción a fin de permitirles captar finalmente dónde está para Freud la realidad del sujeto. En elinconciente excluido del sistema del yo, el sujeto habla» (J. Lacan, Seminario II). El analista, porlo tanto, no tiene otro instrumento de trabajo que el lenguaje, y su mira sólo puede ser el discursoinconciente del sujeto, discurso que corre por debajo del discurso corriente conciente.
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