Yo (Tercera Fuente)

Yo

Fuente(3)


El testimonio de Freud en 1916 acerca de la insuficiencia, en esa época, del análisis del yo,subraya también el origen de los problemas que han gobernado su profundización.«No es exacto que el psicoanálisis no se interese por el lado no sexual de la personalidad.Precisamente la separación entre el yo y la sexualidad ha mostrado con una claridad particularque las tendencias del yo también sufren un desarrollo significativo, que no es totalmenteindependiente de la libido, ni está por completo exento de reacción contra ella. En realidad, hayque decir que conocemos el desarrollo del yo mucho menos bien que el de la libido, y la razónestá en el hecho de que sólo después del estudio de las neurosis narcisistas podemos esperarpenetrar en la estructura del yo. Ya existe, no obstante, un intento muy interesante relacionadocon esta cuestión. Es el de Ferenczi, que trató de establecer teóricamente las fases deldesarrollo del yo, y contamos por lo menos con dos puntos de apoyo sólidos para un juicioconcerniente a ese desarrollo. No se trata de que los intereses libidinales de una persona esténdesde el principio y necesariamente en oposición a los intereses de autoconservación; se puededecir más bien que el yo, en cada etapa de su desarrollo, busca armonizarse con laorganización sexual, adaptársela.» En otros términos, este impulso doctrinario, llamado a desplegarse unos años más tarde en lasegunda tópica, traduce la primacía adquirida por el tipo de afecciones en las que se basó lacrítica de Jung a partir de 1910, y que en 1914 ilustrará la «Introducción del narcisismo». Vuelcodecisivo en una investigación de la que convendrá tener en cuenta los orígenes, sobre todoporque el propio Freud volverá a ellos incluso después de la segunda tópica, con la restauraciónde la noción de defensa.


El yo en el análisis del conflicto

En efecto, la función teórica del yo está inscrita, desde los primeros desarrollos de lainvestigación freudiana, en el contexto del análisis del conflicto.Habrá además que subrayar que Freud da testimonio entonces de su insatisfacción respecto delos términos tomados del lenguaje tradicional: «En cuanto al camino que lleva desde el esfuerzode voluntad del paciente hasta la aparición del síntoma neurótico», escribe en 1894, en «Lasneuropsicosis de defensa», «me he formado una opinión que quizá pueda expresarse comosigue, utilizando las abstracciones psicológicas corrientes: el yo que se defiende se proponetratar como "no acontecida" la representación inconciliable, pero esta tarea es insoluble demanera directa; tanto la huella mnémica como el afecto ligado a la representación quedan allípara siempre y ya no pueden borrarse. Pero se tiene una solución aproximada si se llega atransformar esta representación fuerte en representación débil, a arrancarle el afecto, la sumade excitación con la que estaba cargada. La representación débil, por así decirlo, ya no emitiráninguna pretensión de participar en el trabajo asociativo, pero la suma de excitación separada deella debe ser conducida hacia otra utilización».La noción conserva también un valor operatorio. Así, en el caso de la obsesión, «al emprender,para la defensa, el camino de la transposición del afecto, el yo se procura una ventaja muchomás pobre que en la conversión histérica de la excitación psíquica en inervación somática. Elafecto que el yo ha padecido subsiste sin cambio ni atenuación, igual que antes, con la únicadiferencia de que la representación inconciliable es mantenida en el fondo y excluida delrecordar. También en este caso las representaciones reprimidas forman el núcleo de unsegundo grupo psíquico que, me parece, es accesible incluso sin la ayuda de la hipnosis. Si enlas fobias y obsesiones no se encuentran los síntomas que acompañan en la histeria a laformación de un grupo psíquico independiente, esto se debe probablemente al hecho de que enel primer caso el conjunto de la modificación ha permanecido en el dominio psíquico, y que larelación entre excitación psíquica e inervación somática no ha sufrido ningún cambio».En términos más generales, una carta del 24 de enero de 1895 bosqueja una sistematización de los trastornos psíquicos según el criterio de la variabilidad de su relación conflictual con el Yo.1) Histeria. «La representación intolerable no puede llegar a asociarse con el yo. Su contenidosigue separado, fuera de la conciencia; su afecto se encuentra desplazado, trasladado a losomático, por conversión.»2) Ideas obsesivas. «También en este caso la representación intolerable es mantenida fuera dela asociación con el yo. El afecto subsiste, pero el contenido se encuentra sustituido.»3) Confusión alucinatoria. «Todo el conjunto de la representación intolerable (afecto y contenido)es mantenido apartado del yo, lo que sólo resulta posible mediante un desasimiento parcialrespecto del mundo exterior. Sobrevienen alucinaciones agradables al yo, que favorecen ladefensa.»4) Paranoia. «Contrariamente a lo que sucede en el caso 3, se mantienen el contenido y el afectode la idea intolerable, pero proyectados en el mundo exterior. Las alucinaciones, que seproducen en cierta forma de esta enfermedad, son desagradables al yo, pero favorecen ladefensa.»


Bosquejo y repudio de una representación mecanicista

En los términos del «Proyecto de psicología», un primer ensayo de interpretación teórica deestos datos clínicos será llevado al terreno de la fisiología: «Al formular la idea de una atracciónprovocada por el deseo, y de una tendencia a la represión, hemos abordado una cuestiónnueva, la de un cierto estado de T. En efecto, los dos procesos nos muestran que se haformado en T una instancia cuya presencia traba el pasaje (de cantidad) cuando el mencionadopasaje se ha realizado la primera vez de una manera particular (es decir, cuando se acompañóde satisfacción o de dolor). Esta instancia se llama "yo". Se la describe fácilmente haciendoresaltar que la recepción, constantemente repetida, de cantidades endógenas (Q) en ciertasneuronas (del núcleo) y la facilitación que esta repetición provoca, producen un grupo deneuronas cargadas de manera permanente, que así se convierten en el portador de la reservade cantidades requeridas por la función secundaria. De modo que describiremos al yo diciendoque constituye en un momento dado la totalidad de las investiduras Y existentes». De manerageneral, «la inhibición proveniente del yo tiende, en el momento del deseo, a atenuar lainvestidura del objeto».No obstante, la representación del yo en este registro fisiológico fue muy pronto traducida alregistro psicológico. En 1896, el artículo «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa» retorna a taltítulo los grandes lineamientos de la lectura de 1895 en lo que concierne a la histeria, la obsesióny la paranoia. En 1897 se atraviesa una nueva etapa, y la función del yo se relaciona con elpreconsciente. «Cronológicamente -escribe Freud, en una carta del 31 de mayo de 1897-, laprimera fuerza motivante en la formación de los síntomas es la libido. Todo parece suceder comosi, por una parte, en los estadios ulteriores, se produjeran estructuras complejas (pulsiones,fantasmas, motivaciones) a partir de los recuerdos, mientras que, por otro lado, en elinconsciente se insinuara una defensa proveniente desde lo preconsciente (el yo), convirtiendola defensa en multilocular.»


Yo e identificación

¿En qué medida esta insistencia en la función defensiva del yo fue afectada por la interpretaciónde los sueños? Sin duda, no siempre aparece con este carácter evidente. En primer lugar, encuanto a la identificación es todavía implícita.«Cuando veo surgir en el sueño, no mi yo, sino una persona extraña, debo suponer que mi yoestá oculto detrás de esa persona, gracias a la identificación. Está sobrentendido. Otras vecesmi yo aparece en el sueño y la situación en la que se encuentra me muestra que otra persona seoculta detrás de él, también en virtud de una identificación. Es necesario entonces descubrirmediante la interpretación lo que es común a esa persona y a mí, y transferirlo al yo. Hay tambiénsueños en los que el yo aparece en compañía de otras personas que, cuando uno resuelve laidentificación, se revelan como mi yo. Entonces es necesario, sobre la base de estaidentificación, unir representaciones diversas que la censura había interdicto. Por tanto puedorepresentar mi yo varias veces en un mismo sueño, primero de una manera directa, después poridentificación con otras personas. Con varias identificaciones de este tipo, se puede condensarun material de pensamientos extraordinariamente rico.»Según este texto, la imagen onírica designada como la del yo está relacionada con un polo deatracción o de rechazo que interesa a un conjunto de representaciones, y por lo tanto sepresenta como vehículo de una defensa.Examinemos, sin embargo, la interpretación del yo en el dormir. También se tratará de ciertaespecie de defensa pero, paradójicamente, inversa a la defensa neurótica, puesto que se ejercecontra la eventualidad del despertar. Es decir, a favor de la descarga libidinal. Freud escribe: «Obien el alma pasa por alto las sensaciones que recibe durante el dormir (cuando su intensidad ysu sentido, que ella comprende, se lo permiten), o bien el sueño le sirve para rechazarlas,despojarlas de su valor o, finalmente, si tiene que reconocerlas, se esfuerza en interpretarlas demanera tal que formen parte de una situación anhelada y compatible con el dormir. La sensación actual se mezcla en el sueño para que pierda toda realidad. Napoleón puede seguir durmiendo,sólo se trata del recuerdo del cañón de Arcole».Así, continúa la edición de 1900, «el deseo de dormir debe contarse en todos los casos entre losmotivos que han contribuido a formar el sueño, y todo sueño logrado es una realización dedeseo».Sin duda, esta primera edición no hace referencia al yo. No obstante, el texto de 1901 tituladoSobre el sueño -sistematización condensada de La interpretación de los sueños insiste en elpunto: «Mientras la instancia en la que reconocemos nuestro yo normal se orienta hacia el deseode dormir, parece que las condiciones psicofisiológicas de ese estado la obligan a relajar laenergía con la que acostumbraba a mantener sometido lo reprimido durante el día. Esterelajamiento es por cierto anodino en sí mismo; aunque las excitaciones del alma infantil oprimidapuedan tener curso libre, como consecuencia de ese mismo estado del dormir encuentran másdifícil el acceso a la conciencia, y su acceso a la motilidad está obstruido. Pero es precisorechazar el peligro de que el dormir sea perturbado por esas excitaciones. El sueño crea unaespecie de liquidación psíquica del deseo sofocado, o formado con ayuda de lo reprimido,presentándolo como realizado; pero también satisface a la otra instancia, al permitir lacontinuación del dormir. En este caso nuestro yo se comporta un poco como un niño; prestacreencia a las imágenes del sueño, como si quisiera decir: "Sí, sí, tienes razón, pero déjamedormir". El desdén en que tenemos al sueño al despertar, desdén que se funda en la confusión yla aparente falta de lógica del sueño, probablemente no sea más que el juicio de nuestro yodurmiente acerca de las mociones que llegan de lo reprimido, juicio que se basa con tododerecho en la impotencia motriz de esos perturbadores del dormir».Estas indicaciones conducen a la idea de una multiplicidad de posiciones del yo: «El niño esabsolutamente egoísta, siente con intensidad sus necesidades y lucha sin contemplaciones porsatisfacerlas; lucha en particular contra los hermanos y las hermanas. No decimos que por estosea «malvado», sino «díscolo»; no podemos juzgarlo responsable de sus malas acciones, ytampoco lo es ante la ley. Esto es justo; en efecto, cabe esperar que, desde la infancia, elpequeño egoísta comience a experimentar inclinaciones altruistas y despierte a la vida moral;para hablar como Meynert, podemos esperar que un yo secundario recubra al yo primario y loinhiba. Sin duda, la moral no aparece simultáneamente en todos los puntos, y la duración delperíodo amoral de la infancia difiere en los distintos individuos».Estas sugerencias contienen el embrión de las vicisitudes que aparecerán en las investigacionessobre las que se informa en las ediciones ulteriores de La interpretación de los sueños.En lo que concierne al deseo de dormir, el texto de 1900 será completado en tres puntos. En1911, se dice de este deseo que el yo lo ha tomado por lugar (eingestellt en la acepción tópica)y, por otra parte, entre las funciones del yo se subraya la referencia a la censura. En 1914 seañade a esta enumeración de las funciones del yo, la elaboración secundaria. Estos agregados desarrollan la indicación que aparece en la carta a Fliess del 31 de mayo de1897, en cuanto a la dependencia del yo respecto del preconsciente, sin que se niegue sudependencia de la conciencia. Además, la defensa es calificada, Por estas diversas razones,como «multilocal».


Yo-placer y yo-realidad

De modo que, antes de que los problemas suscitados por las «psicosis narcisistas» lleven aconsiderar el desarrollo del yo, dos líneas de investigación habrán ya conducido a ladeterminación de esta instancia: con respecto a la psicopatología, el yo es definido por elejercicio de una función de defensa contra las excitaciones libidinales; en la investigación sobreel sueño, se hace cargo del deseo de dormir, en oposición a las excitaciones exteriores, esdecir, a la realidad. Le corresponderá a la teoría de las psiconeurosis narcisistas unificar estasdos exigencias. Al definir en tanto que yo-placer el polo de la regresión narcisista, dicha teoríainvita a oponerle como yo-realidad el polo del desarrollo: el que tiene por función principaldistinguir un interior de un exterior. Más precisamente, si seguimos el artículo «Pulsiones ydestinos de pulsión», vemos distinguir una fase originaria autoerótica, una fase de introyección yuna fase de transformación del yo. a) «Originariamente, al principio de la vida psíquica, el yo seencuentra investido por las pulsiones y es en parte capaz de satisfacer sus pulsiones sobre símismo. A este estado lo llamamos narcisismo, y calificamos de autoerótica esta posibilidad desatisfacción. En ese momento, el mundo exterior no está investido por el interés (en el sentidogeneral del término), es indiferente en lo que concierne a la satisfacción. En esa época, elyo-sujeto coincide con lo placentero; el mundo exterior, con lo indiferente (eventualmente con loque, como fuente de excitación, es displacentero). b) El yo no tiene necesidad del mundoexterior, puesto que es autoerótico, pero recibe de ese mundo objetos, como consecuencia delas experiencias que derivan de las pulsiones de conservación yoicas, y no puede evitar sentirdurante cierto tiempo como displacenteras las excitaciones pulsionales internas. Entonces, bajola dominación del principio de placer, se produce en el yo un nuevo desarrollo. Toma en sí losobjetos que se presentan en cuanto son fuentes de placer, los introyecta (según la expresión deFerenczi); por otro lado, expulsa fuera de sí lo que, en su interior le provoca displacer. c) Elyo-realidad del principio, que ha distinguido lo interior y lo exterior con la ayuda de un buencriterio objetivo, se transforma así en un yo-placer purificado, que pone el carácter del placerpor encima de todos los otros. El mundo exterior se descompone para el yo en una parte"placer", que es incorporada, y en un resto que le es extraño. El yo extrae de sí mismo una parteque lo integra, la arroja al mundo exterior y la experimenta como hostil. Después de esaredistribución, las dos polaridades se restablecen de nuevo:Yo-sujeto, con placer. Mundo exterior, con displacer (la indiferencia de antes).»Resta aún comprender en qué medida este primer esbozo del desarrollo del yo fue el preludio deuna renovación aportada por la segunda tópica.


Aparición del ideal del yo

En esta perspectiva, remitámonos al capítulo X del ensayo de 1929 titulado Psicología de lasmasas y análisis del yo. «La masa se nos aparece como una resurrección de la horda primitiva.Así como el hombre primitivo sobrevive de modo virtual en cada individuo, toda masa humana escapaz de reconstituir la horda primitiva. De ello debemos extraer la conclusión de que lapsicología de las masas es la más antigua psicología humana; los elementos que, aislados de loque se relaciona con la masa, nos han servido para constituir la psicología individual, sólo sediferenciaron de la antigua psicología de las masas bastante tarde, gradualmente y de unamanera que, aun en nuestros días, es muy parcial. Trataremos de indicar el punto de partida deesta evolución.»Retroactivamente, esa indicación aclara la sucesión de las etapas atravesadas por laconcepción del yo en dirección al ideal del yo y al superyó; en efecto, justificará laconvergencia, en la elaboración de estas nociones, de un análisis psicopatológico centrado en elpsiquismo «individual» y una reconstrucción del registro psicosocial.Al principio, la reestructuración de la noción del yo parece realizarse desde el punto de vistaexclusivo del psiquismo individual. Si nos remitimos a «Introducción del narcisismo», el ideal delyo empieza siendo un ideal que se forma el yo: «La represión, hemos dicho, proviene del yo;podemos precisar: de la estima del yo por sí mismo. Las mismas impresiones, experiencias,impulsos, mociones de deseo a las cuales un determinado hombre da libre curso, o que por lomenos elabora conscientemente, son rechazadas por otro hombre con la mayor indignación, osofocadas antes de que puedan volverse conscientes. Pero la diferencia entre estos dossujetos, que contiene la condición de la represión, se puede expresar fácilmente en los términosde la teoría de la libido. Podemos decir que uno ha establecido en sí un ideal con el que mide suyo actual, mientras que esa formación de ideal está ausente en el otro. La formación del idealsería del lado del yo, la condición de la represión». Se designará a este ideal como yo ideal (idealich) y se lo comprenderá como una prolongación del narcisismo en tanto que objeto de amor. Noobstante, en cuanto este ideal es el objeto de la búsqueda del yo, la designación que lecorresponde es «ideal del yo». «A este yo ideal (ideal ich) se dirige ahora el amor ególatra delque en la infancia gozaba el yo real.» «Parece que el narcisismo es desplazado sobre ese nuevo yo ideal que, como el yo infantil, seencuentra en posesión de todas las perfecciones. Como siempre es el caso en el dominio de lalibido, el hombre se muestra incapaz de renunciar a la satisfacción de la que alguna vez hagozado. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia. Si no pudo mantenerlaporque durante su desarrollo las reprimendas de los otros lo perturbaron y despertó su propiojuicio, trata de recobrarla bajo la nueva forma del ideal del yo. Lo que proyecta ante sí como suideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia; en aquel tiempo, él era su propioideal.»De esto se pasa a asimilar ese ideal a la conciencia moral. En efecto, «no sería sorprendenteque encontremos una instancia psíquica particular que realiza la tarea de velar para asegurar lasatisfacción narcisista procedente del ideal del yo, y que, con esta intención, observe sin cesaral yo actual y lo mida con el ideal. Si existe una instancia tal, es imposible que sea objeto de undescubrimiento inopinado; sólo cabe que la reconozcamos como tal, y podemos decir que lo quellamamos nuestra conciencia moral posee esta característica. El reconocimiento de estainstancia nos permite comprender las ideas delirantes en las que el sujeto se cree el centro de laatención de los otros o, mejor dicho, el delirio de observación, tan claro en la sintomatología delas afecciones paranoides, pero que también puede producirse como afección aislada o bien demanera esporádica en una neurosis de transferencia».En la confirmación de esta hipótesis, le cupo un rol sin duda esencial a las investigaciones deSilberer: «Será sin duda importante poder reconocer también en otros dominios los indicios de laactividad de esta instancia que observa, critica y se ha elevado a la dignidad de concienciamoral e introspección filosófica. Me refiero aquí a lo que H. Silberer ha descrito como "fenómenofuncional", una de las pocas adiciones a la doctrina de los sueños que tiene un valorincontestable. Se sabe que Silberer ha demostrado la posibilidad de observar directamente, enlos estados ubicados entre el dormir y la vigilia, la transposición de los pensamientos enimágenes visuales, pero que en tales circunstancias la imagen que aparece no representa engeneral el contenido del pensamiento, sino el estado (buena disposición, fatiga, etc.) en que seencuentra la persona que lucha contra el sueño».Tenemos aquí un equivalente de la autocrítica que acabamos de designar como patrimonio delideal del yo, y que se une a la noción presupuesta en el origen mismo del psicoanálisis, es decir,la noción de censura: «Nosotros hemos descubierto, recordémoslo, que la formación del sueñose produce bajo el dominio de una censura que obliga a los pensamientos del sueño a sufrir unadeformación. Bajo esta censura no nos representamos sin embargo un poder especial, sino queescogemos esta expresión para designar un aspecto particular de las tendencias represorasque dominan al yo; un aspecto vuelto, orientado hacia los pensamientos del sueño. Sipenetramos más en la estructura del yo, podemos reconocer al censor del sueño en el ideal delyo y en las manifestaciones dinámicas de la conciencia moral. Si este censor está un poco enestado de alerta, incluso durante el dormir, comprendemos que la autoobservación y laautocrítica que su actividad presupone aportan su contribución al contenido del sueño en contenidos tales como «ahora está demasiado dormido para pensar», «ahora se despierta».«A partir de aquí, podemos tratar de discutir el problema del sentimiento de sí en el normal y elneurótico.»Ahora bien, desde ese momento se impone el doble aspecto del ideal del yo: el aspecto individualy el aspecto social. «Del ideal del yo se desprende una vía importante que conduce a lacomprensión de la psicología de las masas. Además de su lado individual, este ideal tiene un ladosocial; es también el ideal común de una familia, de una clase, de una nación. Además de la libidonarcisista, él tiene ligado un gran quántum de la libido homosexual de una persona, libido que, poresta vía, es devuelta al yo. La insatisfacción que resulta del incumplimiento de este ideal liberalibido homosexual que se transforma en conciencia de culpa (angustia social).»De este modo, la observación del fenómeno funcional se unirá, a través de la interpretación delcaso Schreber, y menos directamente, a través de la concepción de la paranoia en lacorrespondencia con Fliess, a la configuración dual, solidariamente narcisista y social, de lacomunicación.Pero además permite comprender la metodología adoptada por Freud en la construcciónsistemática del ideal del yo, según la desarrolla El yo y el ello.


El problema de la socialización en la segunda tópica

Si es cierto que la psicología originaria es una psicología colectiva -tema incorporado alpsicoanálisis desde Tótem y tabú-, la noción de ideal del yo se elaborará sobre la base de lagénesis social, y no ya del análisis del psiquismo individual, patológico o normal: Psicología de lasmasas y análisis del yo, publicado en 1921, fue dos años anterior a El yo y el ello (1923). Elprimero de estos ensayos, dedicado al alma colectiva, continúa a Tótem y tabú (1912), al que porotra parte el texto nos remite, en el inicio del capítulo «Un grado en el interior del yo»; el segundoensayo aportará a la concepción del ideal del yo la contribución de la segunda tópica, en cuantoésta hace del ello la matriz de la socialización de ese ideal.«Creo que nos resultaría ventajoso seguir las sugerencias de un autor que, por motivospersonales, querría persuadimos, sin lograrlo, de que no tiene nada que ver con la cienciarigurosa y elevada. Este autor es G. Groddeck, quien no cesa de repetir que lo que llamamosnuestro yo se comporta en la vida de una manera totalmente pasiva; que, para servirnos de suexpresión, somos "vividos" por fuerzas desconocidas que escapan a nuestro dominio. Todoshemos experimentado impresiones de este tipo, aunque no siempre hayamos sufrido su influencia al punto de volvemos inaccesibles con toda otra impresión, y no vacilamos en acordara la manera de ver de Groddeck el lugar que le corresponde en la ciencia. Yo propongo que sela tenga en cuenta llamando yo a la entidad que tiene su punto de partida en el sistema P y quees, en primer lugar, preconsciente, y reservando la denominación de ello (Es) a todos los otroselementos psíquicos en los cuales el yo se prolonga comportándose de una manerainconsciente.»El interés de esta referencia es claramente explicitado por una nota ulterior de Freud: «Ahoraque hemos logrado separar el yo del ello, debemos reconocer que es este último el queconstituye el gran reservorio de la libido, en el sentido primario de la palabra. En cuanto a la libidoque el yo recibe como consecuencia de las identificaciones que describimos, ella es la fuente del"narcisisino secundario"».En efecto, la disociación del yo y el ello conduce a una reinterpretación del ideal en laperspectiva de una génesis de la socialización -no ya en la indeterminación de la sociedadglobal, sino en la asignación de las relaciones originarias de socialización, al amparo de laidentificación-.«El ideal del yo -escribe Freud- representa la herencia del complejo de Edipo y, en consecuencia,la expresión de las tendencias y destinos libidinales más importantes del ello. Por medio de sucreación el yo se volvió amo del complejo de Edipo y al mismo tiempo se sometió al ello. Mientrasque el yo representa esencialmente al mundo exterior, la realidad, el superyó se le opone entanto representante de los poderes del mundo interior, o sea, del ello. Y debemos esperar que,en último análisis, los conflictos entre el yo y el ideal reflejen la oposición que existe entre elmundo exterior y el mundo psíquico.»Con respecto al desarrollo general del pensamiento freudiano, la base que aporta de tal modo lasegunda tópica a la concepción de la idealización, contribuye de manera decisiva a la refutaciónde Jung. Este pretendía desexualizar la libido, a fin de constituirla en un poder de sublimación.Freud, por el contrario, presenta bajo la forma del ello una fuente de sexualización, de unasexualización que toma por objeto al padre y la madre en las condiciones fijadas en el momentodel ocaso del complejo de Edipo.«En efecto, es fácil mostrar -escribe Freud que el ideal del yo satisface todas las condiciones alas cuales debe satisfacer la esencia superior del hombre. En tanto que formación sustitutiva dela pasión por el padre, contiene el germen del que han nacido todas las religiones. Al medir ladistancia que separa su yo del yo ideal, el hombre experimenta ese sentimiento de humildadreligiosa que es parte integrante de toda fe ardiente y apasionada. En el curso del desarrolloulterior, el rol del padre habría sido asumido por maestros y autoridades cuyos mandamientos yprohibiciones han conservado toda su fuerza en el ideal del yo y ejercen, bajo la forma deescrúpulos de conciencia, la censura moral. » Como resultado, así se encontrarán también decantadas las etapas de la génesis del yo.Se subrayará de entrada que «el yo es una parte del ello que ha sufrido modificaciones bajo lainfluencia directa del mundo exterior, y por intermedio de la conciencia-percepción. En ciertamedida, representa una prolongación de la diferenciación de las superficies. También seesfuerza por transmitir al ello la influencia del mundo exterior, intenta reemplazar por el principiode realidad el principio de placer que reina sin restricciones en el ello». Más precisamente, «lovemos formarse a partir del sistema P (percepción), que constituye como su núcleo, y abarcarde entrada el preconsciente, que se basa en las huellas mnémicas». De este modo se amplía,para abarcar al yo, la tesis desarrollada en el artículo «Lo inconciente», según la cual «ladiferencia real entre una representación inconsciente y una representación preconsciente (idea)consistiría en que la primera se relaciona con materiales que siguen desconocidos, mientras quela preconsciente estaría asociada a una representación verbal».Primer intento de caracterizar lo inconsciente y lo preconsciente sin recurrir a sus relacionescon la conciencia. El interrogante de «cómo algo se convierte en consciente» puedereemplazarse con ventaja por el de «cómo algo se convierte en preconsciente». Respuesta:«gracias a la asociación con las representaciones verbales correspondientes».Al «término de su desarrollo», «la importancia funcional del yo consiste en que, en una situaciónmoral, es él quien controla los accesos a la motilidad. En sus relaciones con el ello, se lo puedecomparar con el jinete encargado de dominar la fuerza superior del caballo, salvo que el jinetedomina al caballo con sus propias fuerzas, mientras que el yo lo hace con fuerzas que no sonsuyas. Esta comparación puede llevarse un poco más lejos. Así como al jinete, si no quieresepararse del caballo, a menudo no le queda más posibilidad que conducirlo a donde el animalquiere ir, también el yo traduce por lo general en acción la voluntad del ello, como si fuera supropia voluntad».Sin duda, parece entonces «plausible admitir que esta energía que anima al yo y al ello, energíaindiferente y capaz de desplazamientos, proviene de la reserva de libido narcisista, es decir querepresenta una libido (Eros) desexualizada. Las tendencias eróticas, en efecto, nos parecen deuna manera general más plásticas, más capaces de derivación y desplazamiento que lastendencias destructivas. Se puede prolongar esta hipótesis suponiendo que esta libido, capazde desplazamiento, trabaja al servicio del principio de placer, al prevenir las detenciones yestancamientos y facilitar las descargas».No obstante, «si es cierto que esta energía capaz de desplazamiento representa una libidodesexualizada, también puede decirse que es energía sublimada, en el sentido de que ha hechosuya la principal intención de Eros, que consiste en reunir y ligar, en realizar la unidad queconstituye el rasgo distintivo o, por lo menos, la principal aspiración del yo. Al vincular, con estaenergía capaz de desplazamiento, los procesos intelectuales en el sentido amplio de la palabra,se puede decir que el trabajo intelectual es a su vez alimentado por impulsos eróticos sublimados».Así se confirma, en la construcción de la segunda tópica, la primacía dada a la perspectivasocial en el abordaje de los problemas.Sin embargo, «el nacimiento del yo y su separación del ello depende también de otro factor,además de la influencia del sistema P. El cuerpo propio del individuo, y sobre todo su superficie,constituyen una fuente de la que pueden emanar a la vez percepciones externas ypercepciones internas. Se lo considera como un objeto extraño, pero proporciona al tacto dosvariedades de sensaciones, una de las cuales puede asimilarse a una percepción interna. Porotra parte, la psicofisiología ha demostrado, suficientemente, de qué modo nuestro propio cuerpose destaca a partir del mundo de las percepciones. El dolor también parece desempeñar unpapel importante en estos procesos, y la manera en que adquirimos un nuevo conocimiento denuestros órganos en las enfermedades. dolorosas quizá nos permita hacemos una idea de cómollegamos a la representación de nuestro cuerpo en general».En síntesis, concluirá Freud, si se puede vincular con el inconsciente un sentimiento de culpa, «elyo consciente representa nuestro cuerpo». Más precisamente, «el yo es ante todo una entidadcorporal, no sólo una entidad que está toda en superficie, sino una entidad que corresponde a laproyección de una superficie. Para servirnos de una analogía anatómica, lo compararíamos debuena gana con el "homúnculo cerebral" de los anatomistas, ubicado en la corteza cerebral, conla cabeza abajo, los pies arriba, los ojos mirando hacia atrás y la zona del lenguaje a laizquierda».Como última etapa, si el examen de la regresión del yo demostró ser decisivo para la elaboraciónde la noción del ello, la introducción de la concepción energética del ello ejerció su influencia -enla perspectiva de la nueva teoría de la angustia- sobre la concepción freudiana de las funcionesdel yo, para desembocar, en Inhibición, síntoma y angustia, no ya en la noción de defensa, sinoen una considerable ampliación de la misma.«En el curso de mis explicaciones acerca del problema de la angustia, he retomado un concepto-o, para hablar más modestamente, un término- del que sólo me había servido al principio de mistrabajos, hace treinta años, y que más tarde abandoné. Me refiero a la expresión "proceso dedefensa". Después lo reemplacé por el de represión, sin que fuera precisada la relación entreambos conceptos. Pienso ahora que hay una ventaja cierta en volver al viejo concepto dedefensa, pero postulando que debe designar de manera general todas las técnicas de que sesirve el yo en sus conflictos, que pueden eventualmente llevar a la neurosis, mientras quereservamos el término represión para uno de esos métodos de defensa en particular, que laorientación de nuestras investigaciones nos permitió al principio conocer mejor que los otros.Primero, aprendimos a conocer la represión y la formación sintomática en el caso de la histeria;observamos que el contenido perceptivo de experiencias generadoras de excitación, elcontenido representativo de formaciones ideativas patógenas, es olvidado, excluido del proceso de reproducción en el recordar, y por ello reconocimos en el mantenimiento fuera de laconciencia una característica principal de la represión histérica. Más tarde, estudiamos laneurosis obsesiva y descubrimos que en esta afección los acontecimientos patógenos no estánolvidados». «La continuación de nuestras investigaciones nos ha enseñado que, en el caso dela neurosis obsesiva, por el hecho de que el yo se rebela contra las mociones pulsionales, sellega a la regresión de estas mociones a una fase anterior de la libido, regresión que, sin hacersuperflua una represión, obra manifiestamente en el mismo sentido que ella. Hemos visto ademásque la contrainvestidura, cuya existencia también hay que admitir en la histeria, desempeña en elcaso de la neurosis obsesiva un papel particularmente grande en la protección del yo, con laforma de modificación reactiva del yo.»«Lo que hemos aprendido basta para justificar la reintroducción del viejo concepto de defensa,que permite englobar todos estos procesos que ponen de manifiesto una misma tendencia -laprotección del yo contra las exigencias pulsionales-, y subsumir la represión, como casoparticular, en este concepto. El interés que adquiere la elección de esta denominación seacrecienta si uno considera que la profundización de nuestros estudios podría revelar laexistencia de una correspondencia íntima entre determinadas formas de defensa y determinadasafecciones -por ejemplo, entre la represión y la histeria-. Yendo más lejos, esperamos descubrirotra correlación importante. Es muy posible que antes de que el yo y el ello sean diferenciadoscon nitidez, antes de la formación de un superyó, el aparato psíquico utilice métodos de defensadistintos de los que emplea una vez alcanzados esos estadios de organización.»En definitiva, la investigación freudiana conservaba un dualismo en la construcción del yo,dividido entre el anonimato pulsional y su organización con el concurso de las «huellasverbales». Su elaboración en Lacan consistió en un doble trayecto, cuya operación se aplicósimétricamente a los dos registros para poner de manifiesto un vaciamiento común. En la esferapulsional, entendida a partir de la castración, la pulsión freudiana, «concepto fronterizo entre loorgánico y lo psíquico», encontraba su equivalente en las «demandas» de Lacan, obligadas asatisfacer la exigencia de la necesidad por los desfiladeros del significante y, en consecuencia,a hacer que la satisfacción dependiera del «Otro»; en efecto, el falo se definirá comosignificante de esta relación, y la castración, como la carencia de ese significante en el lugardonde se articula el sujeto: vaciamiento de lo simbólico. Lacan no dejará de subrayar su analogíacon el vaciamiento constitutivo del yo en el estadio del espejo.Si uno se interroga sobre las condiciones en las que quedan conjugados estos dos aspectos delyo, se ve remitido a la teoría general de las relaciones entre lo imaginario y lo simbólico -y enparticular, a la representación de los nudos borromeos-

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