En la historia del pensamiento humano ocurre a menudo que desaparecen del campo de la actividad intelectual, hipótesis y teorías, para reaparecer de nuevo después de un olvido más o menos prolongado: entonces son examinadas otra vez con auxilio de los conocimientos acumulados durante el intervalo, acabando en más de una ocasión por ser clasificadas entre el número de las verdades adquiridas.
La teoría de la continuidad de las especies, inconscientemente admitida por el salvaje que cree ver en aquellos seres a antecesores suyos dotados de cualidades humanas, científicamente vislumbrada por los pensadores de la antigüedad y del Renacimiento, y genialmente precisada por los naturalistas de fines del siglo XVIII, cayó en tan profundo olvido después del memorable debate entre Geoffroy Saint-Hilaire y Cuvier, que se atribuyó su descubrimiento a Darwin, al hacerla revivir éste en 1859 con la publicación de su obra Origen de las Especies. Las pruebas de que en 1831 careció Geoffroy Saint-Hilaire para hacer triunfar su tesis de "la unidad de plan", habían sido después acumuladas con tal abundancia, que Darwin y sus discípulos pudieron completar la teoría e imponerla al mundo científico.
La teoría materialista del origen de las ideas abstractas ha corrido la misma suerte. Emitida y discutida por los pensadores griegos, presentada nuevamente en Inglaterra por los filósofos del siglo XVII, y en Francia por los del XVIII, al triunfar la burguesía fue eliminada del orden de las preocupaciones filosóficas.
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