Marx, después de cerca de medio siglo, ha propuesto un nuevo método de interpretación de la historia, que él y Engels han aplicado en sus estudios. Se concibe que los historiadores, los sociólogos y los filósofos, temblando ante la posibilidad de que el pensador comunista les corrompa su inocencia y les haga perder los favores de la burguesía, lo ignoren. Pero es extraño que algunos socialistas duden servirse de él, por temor, posiblemente, de llegar a conclusiones que molesten las nociones burguesas, por lo cual quedan prisioneros de su ignorancia. En lugar de experimentarlo, para juzgarlo después de haberlo usado, prefieren discutir sobre el valor del método en sí y le descubren innumerables defectos: el método histórico desconoce -dicen- el ideal y su acción; animaliza las verdades y principio eternos; no tiene en cuenta al individuo y su papel; conduce a un fatalismo económico que dispensa al hombre de todo esfuerzo, etc... ¿Qué pensarían estos camaradas de un carpintero que en lugar de trabajar con los martillos, sierras y cepillos puestos a su disposición, les buscara fallas minuciosamente? Como no existe herramienta prefecta, tendrían mucho que desacreditar. La crítica deja de ser fútil para convertirse en fecunda, sólo cuando viene después de la experiencia, la que mejor que los más sutiles razonamientos, hace sentir las imperfecciones y enseña a corregirlas. El hombre se ha servido primeramente del grosero martillo de piedra y el uso le ha enseñado a transformarlo en más de una centena de tipos, diferentes por la materia prima, el peso y la forma.
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