Kant, como frecuentemente se dice, destruye para construir. Lo que él consideró como de pasada en la primera "Crítica" lo retoma en la segunda. En la "Crítica de la Razón Pura" dijo que las verdades que habían sido consideradas como de mayor rango en el conocimiento humano no tenían un fundamento en la metafísica, esto es, en el razonamiento puramente especulativo. En la "Crítica de la Razón Práctica" quiere decir que estas verdades permanecen sobre una sólida base moral, y están, entonces, al margen de toda disputa y del clamor de las disputaciones metafísicas. Kant destruyó el edificio impuesto por el dogmatismo cartesiano construido sobre el "Yo pienso"; y, ahora se asigna la tarea de reconstruir el templo de la verdad sobre el fundamento del "Yo debo". La ley moral es suprema. En cuanto a certeza, es superior a cualquier deliberación de la conciencia especulativa; estoy más cierto del "Yo debo" que del "Yo estoy contento" o, "Yo tengo frío", etc. En cuanto a su carácter imperativo, es superior a cualquier otra consideración de interés, placer o felicidad; puedo olvidar cuál es mi interés, se pueden presentar otras consideraciones por encima del placer o la felicidad, pero si mi conciencia me dice que "Yo debo" hacer algo, nada puede contradecir la voz de la conciencia, aunque, naturalmente, soy libre de obedecer o desobedecer. Este, entonces, es el único modo claro de fundamentar toda la moral, lo espiritual y la más alta verdad intelectual. La primera característica de la ley moral es que es universal y necesaria. Cuando la conciencia declara que es una injuria decir mentiras, su voz no es entendida meramente para aquí y ahora, no para "una vez", sino para todo tiempo y todo lugar; es válida siempre y en toda parte. Esta cualidad de la universalidad y la necesidad indica al mismo tiempo que la ley moral no se funda en el placer, en la felicidad, o en la perfección de sí mismo, o en un así llamado sentido moral. Ella se funda a sí misma. Su voz alcanza la conciencia inmediatamente, ordena incondicionalmente, y no necesita dar razón de sus mandatos. No es, por decirlo de alguna manera, como un monarca constitucional que se hace responsable de la razón, del juicio, o de cualquier otra facultad. Es exactamente incondicional, y en un sentido, implica una obediencia irracional. Es por esto por lo que la "voz interior" de la ley moral es llamada por Kant "imperativo categórico". Esta famosa frase significa solamente que la ley moral es un mandato (imperativo), no una forma de aviso o invitación para actuar o no, y es un mandato incondicional (categórico), no un mandato hipotético, tal como "Si usted desea ser un clérigo usted debe estudiar teología". No se puede, entonces, mirar el carácter peculiarmente vació del imperativo categórico. Sólo en su más universal y "profunda" declaración aparecen las cualidades que lo hacen una experiencia única de la existencia humana. Ahora bien, tan pronto como un dato contingente, o el contenido de un precepto específico de la moral le es presentado, entonces, él le impone su universalidad y su necesidad y los levanta a su propio nivel. Los contenidos pudieron haber sido buenos, pero no absolutamente buenos; porque nada es absolutamente bueno excepto la buena voluntad, la aceptación que se hace de la ley moral.
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