Acerca del "Evangelio según Jesucristo" de José Saramago
Yako R. Adissi
Yako R. Adissi
Confieso que soy un transgresor a principios que sustento: no debiera escribirse sobre lo ya escrito. Quien intenta traducir de alguna manera se erige como traidor, decir sobre lo ya dicho lleva inevitablemente a la deformación. Este inicio, desafortunado, desconcertará al lector porque inevitablemente lo conducirá a concebir que el habla, sus ideas y los pensamientos que los generan son productos que al ser viabilizados por los signos de alguna manera son deformados, lo que lo inducirá a concluir que el hombre encuentra su oposición en los símbolos, que si bien lo representan también lo desfiguran.
Vaya regalo que nos hace la cultura, avanzamos a costa de no poder nunca ser fieles expositores de nuestras concepciones y nuestros afectos, y ello se complica cuando descubrimos que no podemos sino cumplir, de alguna manera, los deseos de nuestros padres. Somos creaturas de ellos, producto de sus deseos, fantasías y luego de la educación que nos constituye a imagen y semejanza de.
"Creó Dios al hombre a imagen y semejanza suya; a imagen de Dios le creó, los creó varón y hembra" (Gén. 1, 27).
Estamos encarcelados en la semejanza y perseguidos por la imagen, la fuerza de los perceptos nos acompañará en nuestra historia aún más que la razón que nos humaniza, y en nuestro derrotero sólo adquiriremos una libertad condicional. Somos condicionados por el pasado, más aún, enajenados por él y nuestro mayor desafío es construir un futuro que lo integre pero que no lo reifique.
¿Cómo podemos aceptar el desafío y resolverlo sin quedar presos del ayer?
¿Qué atributos tiene el hombre que lo singularizan dentro de la especie animal?
Saramago parece responder a nuestros interrogantes en la obra que hoy nos convoca, nos dice: Estamos inmersos en un universo de palabras. Pero ¿a qué conduce la palabra; qué universalidad tiene; por qué entronizarla y hacer de unos meros signos una atadura más?
Mucho se ha escrito y cada mensaje es la apertura de un secreto. Saramago nos interna en su arcano, y al hacerlo nos conecta con una virtud de la humanidad, es decir con su fortaleza de carácter como lo define su etimología, y ¿cuál es esa virtud?: la palabra, dimensión simbólica que contribuye a adquirir las dos más grandes posesiones culturales de la humanidad: el amor y la libertad. Amor y libertad son las dos caras de una misma moneda, porque se ama cuando se puede ejercer la libertad y sólo se es libre cuando se viven las virtudes del amor no sólo como una manifestación sentimental sino como una inteligencia que comprende y una voluntad que realiza lo comprendido, de manera que cada acto de amor es una acción que reivindica la historia. La palabra es siempre la herramienta.
Jesús, discípulo de los esenios y los pitagóricos, conocido como Yuz Azaf o el santo predicador Isa, para aquellos investigadores de la historia de la cultura que tienen una apreciación distinta a la proporcionada por la historia oficial, es el personaje elegido por nuestro premio nobel para intentar comprender el complejo proceso de humanización.
Si la palabra es el universo, es decir el conjunto de todas las cosas, lo que ordena y legaliza es porque adquirimos nuestro ser cuando la palabra intermedia. Sólo podemos ordenar nuestra realidad biológica cuando la palabra aparece y se transforma en habla, sonidos que son nuestra palanca para transformar lo caótico, desorganizado, en su opuesto, es decir en una realidad ordenada conforme al equilibrio y la belleza. Vaya don de la palabra! Cuánta es su fuerza y cuánta su belleza! Pero cuánto también su horroroso poder! Rilke decía en la primera de sus Elegías de Duino : Porque lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible,… porque la palabra también destruye cuando es usada como atributo de poder.
Nuestro autor con dicción clara, fuerza filosófica y dignidad poética nos lo dice en el diálogo que ficcionalmente crea entre Dios, Jesús y el Diablo, que quizás sea el numen de esta trascedente obra; su síntesis es, a nuestro juicio, clarificar el influjo que la palabra del padre tiene en el hijo y como puede ser internalizada en sus dimensiones de mandato y poder limitando la original capacidad creativa que es cualidad de todos y cada uno de los seres humanos, cualidad que es manifestación de libertad y que cuando es aceptada desarrolla la capacidad ética del individuo y revierte sobre sus innatas disposiciones para el amor.
Transcribo aquí unas líneas del diálogo mencionado con la intención de motivar al lector para que aborde esta monumental obra literaria: "La insatisfacción, hijo mío, fue puesta en el corazón de los hombres por el Dios que los creó, hablo de mí, claro, pero esa insatisfacción, como todo lo demás que os hace a mi imagen y semejanza, la busqué donde ella estaba, en mi propio corazón, y el tiempo que ha pasado desde entonces no la ha hecho desvanecerse, al contrario, parece como si el tiempo la hubiera hecho más fuerte, más urgente, de mayor exigencia". Y más adelante:
"…Y cuál es el papel que me has designado en tu plan, El de mártir hijo mío, el de víctima, que es lo mejor que hay para difundir una creencia y enfervorizar una fe".
Si la vida se mide por su dinámica evolutiva, y de ello da prueba la historia universal, es caótica toda entronización del pasado que siempre debe ser entendida como una manifestación de la infancia que se opone a la construcción de una adultez cada vez más madura, es lo in-mundo que oscurece al mundo.
Este es, a juicio de quien escribe, uno de los legados de Saramago en este libro y si utiliza a una figura paradigmática es para no volver a decir: ¨Vosotros sois dioses¨ lo que implica empujar al hombre a que busque su semejanza en el pasado, sino despertar en su intimidad la conciencia de que en la medida en que abandone su infancia, dejará de ser un dios, aquel que sus padres han creado: su majestad el bebé, para acceder a la humanidad, es decir a la posibilidad de amar y ser libre.
* El Lic. Yako Román Adissi es psicoanalista, miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de la Asociación Psicoanalítica Internacional y profesor del instituto de dicha asociación, publicando trabajos científicos en su revista. Escribe en distintos medios gráficos y es comentarista de libros de su especialidad en el suplemento literario del diario La Nación.
Vaya regalo que nos hace la cultura, avanzamos a costa de no poder nunca ser fieles expositores de nuestras concepciones y nuestros afectos, y ello se complica cuando descubrimos que no podemos sino cumplir, de alguna manera, los deseos de nuestros padres. Somos creaturas de ellos, producto de sus deseos, fantasías y luego de la educación que nos constituye a imagen y semejanza de.
"Creó Dios al hombre a imagen y semejanza suya; a imagen de Dios le creó, los creó varón y hembra" (Gén. 1, 27).
Estamos encarcelados en la semejanza y perseguidos por la imagen, la fuerza de los perceptos nos acompañará en nuestra historia aún más que la razón que nos humaniza, y en nuestro derrotero sólo adquiriremos una libertad condicional. Somos condicionados por el pasado, más aún, enajenados por él y nuestro mayor desafío es construir un futuro que lo integre pero que no lo reifique.
¿Cómo podemos aceptar el desafío y resolverlo sin quedar presos del ayer?
¿Qué atributos tiene el hombre que lo singularizan dentro de la especie animal?
Saramago parece responder a nuestros interrogantes en la obra que hoy nos convoca, nos dice: Estamos inmersos en un universo de palabras. Pero ¿a qué conduce la palabra; qué universalidad tiene; por qué entronizarla y hacer de unos meros signos una atadura más?
Mucho se ha escrito y cada mensaje es la apertura de un secreto. Saramago nos interna en su arcano, y al hacerlo nos conecta con una virtud de la humanidad, es decir con su fortaleza de carácter como lo define su etimología, y ¿cuál es esa virtud?: la palabra, dimensión simbólica que contribuye a adquirir las dos más grandes posesiones culturales de la humanidad: el amor y la libertad. Amor y libertad son las dos caras de una misma moneda, porque se ama cuando se puede ejercer la libertad y sólo se es libre cuando se viven las virtudes del amor no sólo como una manifestación sentimental sino como una inteligencia que comprende y una voluntad que realiza lo comprendido, de manera que cada acto de amor es una acción que reivindica la historia. La palabra es siempre la herramienta.
Jesús, discípulo de los esenios y los pitagóricos, conocido como Yuz Azaf o el santo predicador Isa, para aquellos investigadores de la historia de la cultura que tienen una apreciación distinta a la proporcionada por la historia oficial, es el personaje elegido por nuestro premio nobel para intentar comprender el complejo proceso de humanización.
Si la palabra es el universo, es decir el conjunto de todas las cosas, lo que ordena y legaliza es porque adquirimos nuestro ser cuando la palabra intermedia. Sólo podemos ordenar nuestra realidad biológica cuando la palabra aparece y se transforma en habla, sonidos que son nuestra palanca para transformar lo caótico, desorganizado, en su opuesto, es decir en una realidad ordenada conforme al equilibrio y la belleza. Vaya don de la palabra! Cuánta es su fuerza y cuánta su belleza! Pero cuánto también su horroroso poder! Rilke decía en la primera de sus Elegías de Duino : Porque lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible,… porque la palabra también destruye cuando es usada como atributo de poder.
Nuestro autor con dicción clara, fuerza filosófica y dignidad poética nos lo dice en el diálogo que ficcionalmente crea entre Dios, Jesús y el Diablo, que quizás sea el numen de esta trascedente obra; su síntesis es, a nuestro juicio, clarificar el influjo que la palabra del padre tiene en el hijo y como puede ser internalizada en sus dimensiones de mandato y poder limitando la original capacidad creativa que es cualidad de todos y cada uno de los seres humanos, cualidad que es manifestación de libertad y que cuando es aceptada desarrolla la capacidad ética del individuo y revierte sobre sus innatas disposiciones para el amor.
Transcribo aquí unas líneas del diálogo mencionado con la intención de motivar al lector para que aborde esta monumental obra literaria: "La insatisfacción, hijo mío, fue puesta en el corazón de los hombres por el Dios que los creó, hablo de mí, claro, pero esa insatisfacción, como todo lo demás que os hace a mi imagen y semejanza, la busqué donde ella estaba, en mi propio corazón, y el tiempo que ha pasado desde entonces no la ha hecho desvanecerse, al contrario, parece como si el tiempo la hubiera hecho más fuerte, más urgente, de mayor exigencia". Y más adelante:
"…Y cuál es el papel que me has designado en tu plan, El de mártir hijo mío, el de víctima, que es lo mejor que hay para difundir una creencia y enfervorizar una fe".
Si la vida se mide por su dinámica evolutiva, y de ello da prueba la historia universal, es caótica toda entronización del pasado que siempre debe ser entendida como una manifestación de la infancia que se opone a la construcción de una adultez cada vez más madura, es lo in-mundo que oscurece al mundo.
Este es, a juicio de quien escribe, uno de los legados de Saramago en este libro y si utiliza a una figura paradigmática es para no volver a decir: ¨Vosotros sois dioses¨ lo que implica empujar al hombre a que busque su semejanza en el pasado, sino despertar en su intimidad la conciencia de que en la medida en que abandone su infancia, dejará de ser un dios, aquel que sus padres han creado: su majestad el bebé, para acceder a la humanidad, es decir a la posibilidad de amar y ser libre.
* El Lic. Yako Román Adissi es psicoanalista, miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de la Asociación Psicoanalítica Internacional y profesor del instituto de dicha asociación, publicando trabajos científicos en su revista. Escribe en distintos medios gráficos y es comentarista de libros de su especialidad en el suplemento literario del diario La Nación.
Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 11 - Julio 2000
Número 11 - Julio 2000
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