La Soledad
Roberto Consolo
Roberto Consolo
Voy a referirme a un tema al que todos conocemos íntimamente de un modo u otro: La soledad. Lo he encontrado señalado, ahondado referido, o estudiado en casi todas disciplinas en que lo busqué. Las llamadas ciencias humanas es el lugar por excelencia, pero puedo inferirlo con claridad hasta en capítulos de la física.
Como tema insidioso y rebelde, la encontramos en la sociología, la religión, la política y hasta con diferentes matices en algunas doctrinas económicas. Tras variados cuestionamientos de la estructura social, se vincula a la soledad del hombre con la desprotección y el aislamiento que los sistemas generan, asociados a distintas consideraciones de orden moral.
La tendencia neurótica casi natural de tratar a la soledad como a una desgracia, encuentra por ejemplo en nuestro tango una expansión, que en muchos de ellos, se desarrolla una demostración casi definitiva. La poesía y la literatura fatigaron con justicia el tema hasta convertirlo delicada y virtuosamente en una emblemática de premio Nobel. Ocioso es que insista o ejemplifique con algún poema, título o párrafo selecto, de algo que cada uno sin querer ya ha elegido en su intimidad y cuenta con un mínimo esfuerzo de evocación. Hagan la prueba.
Einstein en sus conocidas reflexiones sobre el la relatividad, sitúa a cada objeto sumergido en un tiempo individual, singular y propio; en la mas vacía soledad, tiempo ajeno a la contingencia del espacio que no le pertenece. Es el tiempo de cada cuerpo. Un concepto que nunca dejó de provocarme la idea del desprendimiento del momento lógico de concluir, al que cada sujeto está inexorablemente sometido. Volveré sobre el asunto
Así podría continuar y de seguro seguiría encontrando las diferentes consideraciones sobre el tema, que no hacen otra cosa que revelar la angular importancia a la que asiste en la economía subjetiva. Es que la soledad, es uno de los modos mas brillantes y categóricos de ubicar en el centro de la escena al Otro, en cualquiera de sus formas, registros y presentaciones. Por eso es un tema vasto complejo y heterogéneo. Podemos ir desde los planteos mas trágicos hasta las delicias de la soledad.
En la prehistoria del sujeto primero era el Otro y sabido y resabido es que en torno al otro nos constituimos como tal. Por esto la soledad es un punto fantasmático donde todo neurótico puede reconocerse y hasta identificarse, ya que uno de los paradigmas de la soledad, es el la de un niño librado a su propia suerte. Fantasía polimórfica y clásica de toda conflictiva edípica.
Como no somos humanistas, al menos en el sentido tradicional del término ya que nuestro objeto es el sujeto, mi preocupación reside en que el análisis cuando avanza, conduce a una zona ineludible donde la soledad, sin pretenderla concepto, se convierte en una instancia de la subjetividad que transcurre por varios estautos. Intentaré ir delimitando algunas fronteras esta región.
En nuestra clínica, tal vez tan solitaria como la del escritor, el lector o el artista, que de todos ellos mucho tiene sin ser ninguno, escuchamos con acostumbrada asiduidad la queja: "me siento solo, estoy muy sola, no aguanto esta soledad" o por su contraria: "necesito estar solo" y las más variadas formas verbales que remiten, en primera instancia, a la dimensión imaginaria del ser, que es a la que me refiero en este instante, como el modo en que la realidad se presenta y se capta. Cualquiera de las relaciones empáticas o antipáticas, implican aquí en el plano de los sentimientos la imposibilidad de instaurar o sostener un circuito de cambio. Esta región oscura y triste esta destinada a resolverse por los laberintos de los síntomas o las inhibiciones, que demandan en el centro de la conflictiva neurótica, la restitución de la relación al semejante perdida en la distancia al prójimo. Por aquí la soledad se debate en la consistencia imaginaria del vacío.
Una verdad recurrentemente aceptada, aunque sometida a las trampas renegatorias de las neurosis, es el estado esencial de soledad, inmanente a la condición humana. Ya sea desde el acto mismo de nacer, del singular camino que encuentra cada uno hacia la muerte, como de lo que entre ambos extremos ocurre. Estas reflexiones adquieren un sentido de verdad irrefutable en escasos momentos de la vida, muy en especial son los encuentros con lo real. Uno de los laboratorios preferidos para experimentar esta verdad, son los velorios. Me siento profundamente tentado de explayarme sobre el particular porque tengo un compilado de frases y lugares comunes que en este momento voy a ahorrarles, porque otra vez supongo que ya están recordando algunas de esas brillanteces del pensamiento humano que vecinos y parientes dicen bajo del duelen esa ocasión. Pero que en pocas horas, o en el mejor de los casos días, resultan completamente desanudadas de la vida, como si efectivamente nada de lo ocurrido y de la verdad ahí revelada alguna vez los fuera a alcanzar. Excepto para el desafortunado sujeto, que ya abocado al trabajo de duelo, intenta recomponer el espacio de soledad que deja en lo real la pérdida del otro en el lugar de objeto de amor. Soledad y muerte es una instancia tan dolida y trabajosa, como reprimida o renegada.
En el héroe sofocleano (Ayax, Electra, Edipo, Antígona) con su hermética soledad, ha servido en el seminario VII para delimitar esa zona extrema de estar entre la vida y la muerte. Por aquí nos conducimos al concepto de segunda muerte, que si bien no es novedoso (San Agustín "La ciudad de dios") es posible una articulación que diga otra posición de la muerte en la estructura. En el nudo borromeo Lacan la sitúa en el anillo de lo simbólico, por lo que el parletre es el único viviente que se encuentra anoticiado por efecto del lenguaje de su desaparición definitiva, ya que tiene una palabra para decir su muerte. Que esta palabra se encuentre en el tesoro Sgte de cualquiera, no implica en absoluto que aquí se articule una instancia propicia para el sujeto.
El análisis lleva ineludiblemente a pasar por la castración y con buena predisposicíon es posible encontrar en ella su forma mas radical, que es la muerte. Registrar esta segunda muerte, la que puede anticiparse, y darle un buen anudamiento en un acto subjetivo, daría vida por ejemplo a la posibilidad de encontrar una nueva dimensión del goce y del vacío. Tal vez disfrutar en cada momento o en cada cosa la posibilidad de que fuese la última, o hallar en la falta inexorable el camino de la creación.
En otra dirección, hallamos que muchas son las formas de encuentro con la destitución de los ideales. Hemos visto y atendido numerosos desastres subjetivos tras la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, para citar un ejemplo muy conocido. Ideales columnares que sostenían paternamente tantas vidas, arrastraron en su desbarrancamiento a aquellas estructuras que no les estaba dada la idea de consistir si no era en torno a la figura del padre en su estado de ideal. Ya sea por estar lleno de atributos inigualables, o paradójicamente por el odio edípico que ocasiona tan terrible y poderosa completud. Paradigma neurótico.
La revisión y el paulatino desmantelamiento de los ideales con buena parte de la constelación de prejuicios que los envuelven, va circundando la caída de las versiones suficientes del padre. Puerta de entrada que el análisis va abriendo muy lentamente a otra instancia de la soledad. De no avanzar en esta vuelta, sobre el desprendimiento singular y necesario del deseo, esta destitución da por resultado una suerte de pesimismo inveterado o un anhelante desamparo.
Otra frontera de esta región, es una ilusión estructural que produce la función edípica, y revela la conocida esperanza de que haya una operación que no deje resto. Caber exactamente donde al otro le falta. Idea numerosa y proteiforme con que la conflictiva neurótica convoca al otro en sus tres registros, como objeto de amor, de deseo o de goce. En el amor o la amistad sin condiciones, en encontrar justo, justo lo que yo quería, o en el gocemos lo mismo, o juntos, o a la vez, o mejor todo, si mejor todo.
Lo que en el planteo de Freud era la indiciplinada diferencia entre lo esperado y lo obtenido, lo encontramos con Lacan ahondado, redefinido y extendido, en la inaceptable no relación sexual, que actualiza la clínica en dirección a lo real. Al develamiento de lo imposible que atañe a lo real del Otro.
Recuerdo un paciente quejarse con interminable riqueza de su jefe, que hasta entonces creía justo, cuando en una situación éste le dijo con toda tranquilidad: "para hacer lo que hago, yo ya no tengo que pedirle permiso a nadie". El paciente, indignado, emprendió contra la autosuficiencia y la soberbia de este hombre, una larga lista de injurias. Después de varios años de análisis, tras una laboriosa agonía muere su padre. Esta pérdida en lo real, fue la puntada que enlazó en su estructura una larga tarea. Entonces recordó aquel episodio con el jefe, pero ahora con otro significado. Cayó en la cuenta de la diferencia que hay en la ficticia soledad del que creía colmado, reinando en la suficiencia del narcisismo y lo que es encontrarse con la inexistencia del Otro, del Otro que imaginaba completo, y no con su falta a cuestas como cualquier hijo de vecino. No es lo mismo no querer pedir permiso, que un día descubrir que ya no hay a quién pedir permiso. El Otro esta definitivamente castrado.
En el curso de un análisis se pasa por vastas zonas de indeterminación hasta a transitar los puntos por donde adquiere consistencia la neurosis. La apropiación de estas encrucijadas donde se solidifica el sufrimiento, esta fijeza al goce excedente, maldito, recurrente, hace preciso un repetido paso por estos lugares como se debió caminar un día por el barrio: primero para que deje de ser extraño y luego para que sea parte de uno. Esta apropiación brinda en un buen análisis, si también hay suerte, la posibilidad de organizarlos y rearticularlos. Pasar del otro lado de la escena.
Que un sujeto halle la transformación de la relación tanto al semejante como al prójimo, en nuevas pero tan viejas formas del encuentro, que asista en primera fila a la lenta caída de sus ideales hasta la insospechada destitución del padre, -liquidación del complejo de Edipo-, que se encuentre con la muerte, -la segunda- como instancia creadora en cada acto, que se agote definitivamente la fantasiosa ilusión de una correcta unión entre cada parte que forma un verdadero todo –no hay relación sexual- y el descubrimiento de la inexistencia del Otro, al modo en que lo sueña o lo completa la neurosis, en cada sujeto y con las marcas de su historia, con un dulce horror, se va dilatando una superficie única y singular donde la existencia se desviste de los significados pret a porter, empieza a dejar de estar bajo los efectos de los significados del Otro, para hallar otros, algunos, pero propios.
Estos conceptos que en psicoanálisis formalizamos no son otra cosa que los anclajes donde el sufrimiento se concentra en un punto denso e impenetrable, que el trabajo del análisis abre, transforma y empuja hasta convertirlos en fronteras de una zona donde el sujeto se encuentra durante un momento lógico de la cura en la mas desconocida soledad. Un tiempo de concluir sobre el desamparo de la existencia. Captación de lo poco que hay de ser. Es en esta soledad es donde el sujeto se pregunta por lo que retorna al mismo lugar, como el pastor se interroga en la noche de su propio cielo por el retorno de las estrellas del destino. Ese real que le concierne. El modo de entrada en su existencia de aquello que se propone a todo hombre.
Hay un momento donde esta soledad nos está por decir algo. Nunca lo dice, o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible, como una música. Es el encuentro con lo más radical del deseo, ahora desprendido de la medida fálica. No tal o cual, la recóndita causa del inconsciente le prohibe su nombre, pero es el deseo con el que se anda y se hace, convertido en la única garantía. Impura, por supuesto.
Por este tiempo se pasa, y en ese paso, algo de él persiste posiblemente para siempre. Pero cuidado, que no me refiero al hermitaño o al asceta, que para sostener el deseo se entregan a la soledad renunciando a todo goce, ni tampoco al delirio yoico de total independencia y autonomía. Muy por el contrario, si por esta dimensión de la soledad, que tal vez sea uno de los infinitos nombres de la castración, se transcurre y se anuda, no es mas que para poder cantar, bailar, compartir, amar, hablar, escuchar y disfrutar con los otros lo que mejor se pueda, pero de otro modo. Nada mas.
Como tema insidioso y rebelde, la encontramos en la sociología, la religión, la política y hasta con diferentes matices en algunas doctrinas económicas. Tras variados cuestionamientos de la estructura social, se vincula a la soledad del hombre con la desprotección y el aislamiento que los sistemas generan, asociados a distintas consideraciones de orden moral.
La tendencia neurótica casi natural de tratar a la soledad como a una desgracia, encuentra por ejemplo en nuestro tango una expansión, que en muchos de ellos, se desarrolla una demostración casi definitiva. La poesía y la literatura fatigaron con justicia el tema hasta convertirlo delicada y virtuosamente en una emblemática de premio Nobel. Ocioso es que insista o ejemplifique con algún poema, título o párrafo selecto, de algo que cada uno sin querer ya ha elegido en su intimidad y cuenta con un mínimo esfuerzo de evocación. Hagan la prueba.
Einstein en sus conocidas reflexiones sobre el la relatividad, sitúa a cada objeto sumergido en un tiempo individual, singular y propio; en la mas vacía soledad, tiempo ajeno a la contingencia del espacio que no le pertenece. Es el tiempo de cada cuerpo. Un concepto que nunca dejó de provocarme la idea del desprendimiento del momento lógico de concluir, al que cada sujeto está inexorablemente sometido. Volveré sobre el asunto
Así podría continuar y de seguro seguiría encontrando las diferentes consideraciones sobre el tema, que no hacen otra cosa que revelar la angular importancia a la que asiste en la economía subjetiva. Es que la soledad, es uno de los modos mas brillantes y categóricos de ubicar en el centro de la escena al Otro, en cualquiera de sus formas, registros y presentaciones. Por eso es un tema vasto complejo y heterogéneo. Podemos ir desde los planteos mas trágicos hasta las delicias de la soledad.
En la prehistoria del sujeto primero era el Otro y sabido y resabido es que en torno al otro nos constituimos como tal. Por esto la soledad es un punto fantasmático donde todo neurótico puede reconocerse y hasta identificarse, ya que uno de los paradigmas de la soledad, es el la de un niño librado a su propia suerte. Fantasía polimórfica y clásica de toda conflictiva edípica.
Como no somos humanistas, al menos en el sentido tradicional del término ya que nuestro objeto es el sujeto, mi preocupación reside en que el análisis cuando avanza, conduce a una zona ineludible donde la soledad, sin pretenderla concepto, se convierte en una instancia de la subjetividad que transcurre por varios estautos. Intentaré ir delimitando algunas fronteras esta región.
En nuestra clínica, tal vez tan solitaria como la del escritor, el lector o el artista, que de todos ellos mucho tiene sin ser ninguno, escuchamos con acostumbrada asiduidad la queja: "me siento solo, estoy muy sola, no aguanto esta soledad" o por su contraria: "necesito estar solo" y las más variadas formas verbales que remiten, en primera instancia, a la dimensión imaginaria del ser, que es a la que me refiero en este instante, como el modo en que la realidad se presenta y se capta. Cualquiera de las relaciones empáticas o antipáticas, implican aquí en el plano de los sentimientos la imposibilidad de instaurar o sostener un circuito de cambio. Esta región oscura y triste esta destinada a resolverse por los laberintos de los síntomas o las inhibiciones, que demandan en el centro de la conflictiva neurótica, la restitución de la relación al semejante perdida en la distancia al prójimo. Por aquí la soledad se debate en la consistencia imaginaria del vacío.
Una verdad recurrentemente aceptada, aunque sometida a las trampas renegatorias de las neurosis, es el estado esencial de soledad, inmanente a la condición humana. Ya sea desde el acto mismo de nacer, del singular camino que encuentra cada uno hacia la muerte, como de lo que entre ambos extremos ocurre. Estas reflexiones adquieren un sentido de verdad irrefutable en escasos momentos de la vida, muy en especial son los encuentros con lo real. Uno de los laboratorios preferidos para experimentar esta verdad, son los velorios. Me siento profundamente tentado de explayarme sobre el particular porque tengo un compilado de frases y lugares comunes que en este momento voy a ahorrarles, porque otra vez supongo que ya están recordando algunas de esas brillanteces del pensamiento humano que vecinos y parientes dicen bajo del duelen esa ocasión. Pero que en pocas horas, o en el mejor de los casos días, resultan completamente desanudadas de la vida, como si efectivamente nada de lo ocurrido y de la verdad ahí revelada alguna vez los fuera a alcanzar. Excepto para el desafortunado sujeto, que ya abocado al trabajo de duelo, intenta recomponer el espacio de soledad que deja en lo real la pérdida del otro en el lugar de objeto de amor. Soledad y muerte es una instancia tan dolida y trabajosa, como reprimida o renegada.
En el héroe sofocleano (Ayax, Electra, Edipo, Antígona) con su hermética soledad, ha servido en el seminario VII para delimitar esa zona extrema de estar entre la vida y la muerte. Por aquí nos conducimos al concepto de segunda muerte, que si bien no es novedoso (San Agustín "La ciudad de dios") es posible una articulación que diga otra posición de la muerte en la estructura. En el nudo borromeo Lacan la sitúa en el anillo de lo simbólico, por lo que el parletre es el único viviente que se encuentra anoticiado por efecto del lenguaje de su desaparición definitiva, ya que tiene una palabra para decir su muerte. Que esta palabra se encuentre en el tesoro Sgte de cualquiera, no implica en absoluto que aquí se articule una instancia propicia para el sujeto.
El análisis lleva ineludiblemente a pasar por la castración y con buena predisposicíon es posible encontrar en ella su forma mas radical, que es la muerte. Registrar esta segunda muerte, la que puede anticiparse, y darle un buen anudamiento en un acto subjetivo, daría vida por ejemplo a la posibilidad de encontrar una nueva dimensión del goce y del vacío. Tal vez disfrutar en cada momento o en cada cosa la posibilidad de que fuese la última, o hallar en la falta inexorable el camino de la creación.
En otra dirección, hallamos que muchas son las formas de encuentro con la destitución de los ideales. Hemos visto y atendido numerosos desastres subjetivos tras la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, para citar un ejemplo muy conocido. Ideales columnares que sostenían paternamente tantas vidas, arrastraron en su desbarrancamiento a aquellas estructuras que no les estaba dada la idea de consistir si no era en torno a la figura del padre en su estado de ideal. Ya sea por estar lleno de atributos inigualables, o paradójicamente por el odio edípico que ocasiona tan terrible y poderosa completud. Paradigma neurótico.
La revisión y el paulatino desmantelamiento de los ideales con buena parte de la constelación de prejuicios que los envuelven, va circundando la caída de las versiones suficientes del padre. Puerta de entrada que el análisis va abriendo muy lentamente a otra instancia de la soledad. De no avanzar en esta vuelta, sobre el desprendimiento singular y necesario del deseo, esta destitución da por resultado una suerte de pesimismo inveterado o un anhelante desamparo.
Otra frontera de esta región, es una ilusión estructural que produce la función edípica, y revela la conocida esperanza de que haya una operación que no deje resto. Caber exactamente donde al otro le falta. Idea numerosa y proteiforme con que la conflictiva neurótica convoca al otro en sus tres registros, como objeto de amor, de deseo o de goce. En el amor o la amistad sin condiciones, en encontrar justo, justo lo que yo quería, o en el gocemos lo mismo, o juntos, o a la vez, o mejor todo, si mejor todo.
Lo que en el planteo de Freud era la indiciplinada diferencia entre lo esperado y lo obtenido, lo encontramos con Lacan ahondado, redefinido y extendido, en la inaceptable no relación sexual, que actualiza la clínica en dirección a lo real. Al develamiento de lo imposible que atañe a lo real del Otro.
Recuerdo un paciente quejarse con interminable riqueza de su jefe, que hasta entonces creía justo, cuando en una situación éste le dijo con toda tranquilidad: "para hacer lo que hago, yo ya no tengo que pedirle permiso a nadie". El paciente, indignado, emprendió contra la autosuficiencia y la soberbia de este hombre, una larga lista de injurias. Después de varios años de análisis, tras una laboriosa agonía muere su padre. Esta pérdida en lo real, fue la puntada que enlazó en su estructura una larga tarea. Entonces recordó aquel episodio con el jefe, pero ahora con otro significado. Cayó en la cuenta de la diferencia que hay en la ficticia soledad del que creía colmado, reinando en la suficiencia del narcisismo y lo que es encontrarse con la inexistencia del Otro, del Otro que imaginaba completo, y no con su falta a cuestas como cualquier hijo de vecino. No es lo mismo no querer pedir permiso, que un día descubrir que ya no hay a quién pedir permiso. El Otro esta definitivamente castrado.
En el curso de un análisis se pasa por vastas zonas de indeterminación hasta a transitar los puntos por donde adquiere consistencia la neurosis. La apropiación de estas encrucijadas donde se solidifica el sufrimiento, esta fijeza al goce excedente, maldito, recurrente, hace preciso un repetido paso por estos lugares como se debió caminar un día por el barrio: primero para que deje de ser extraño y luego para que sea parte de uno. Esta apropiación brinda en un buen análisis, si también hay suerte, la posibilidad de organizarlos y rearticularlos. Pasar del otro lado de la escena.
Que un sujeto halle la transformación de la relación tanto al semejante como al prójimo, en nuevas pero tan viejas formas del encuentro, que asista en primera fila a la lenta caída de sus ideales hasta la insospechada destitución del padre, -liquidación del complejo de Edipo-, que se encuentre con la muerte, -la segunda- como instancia creadora en cada acto, que se agote definitivamente la fantasiosa ilusión de una correcta unión entre cada parte que forma un verdadero todo –no hay relación sexual- y el descubrimiento de la inexistencia del Otro, al modo en que lo sueña o lo completa la neurosis, en cada sujeto y con las marcas de su historia, con un dulce horror, se va dilatando una superficie única y singular donde la existencia se desviste de los significados pret a porter, empieza a dejar de estar bajo los efectos de los significados del Otro, para hallar otros, algunos, pero propios.
Estos conceptos que en psicoanálisis formalizamos no son otra cosa que los anclajes donde el sufrimiento se concentra en un punto denso e impenetrable, que el trabajo del análisis abre, transforma y empuja hasta convertirlos en fronteras de una zona donde el sujeto se encuentra durante un momento lógico de la cura en la mas desconocida soledad. Un tiempo de concluir sobre el desamparo de la existencia. Captación de lo poco que hay de ser. Es en esta soledad es donde el sujeto se pregunta por lo que retorna al mismo lugar, como el pastor se interroga en la noche de su propio cielo por el retorno de las estrellas del destino. Ese real que le concierne. El modo de entrada en su existencia de aquello que se propone a todo hombre.
Hay un momento donde esta soledad nos está por decir algo. Nunca lo dice, o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible, como una música. Es el encuentro con lo más radical del deseo, ahora desprendido de la medida fálica. No tal o cual, la recóndita causa del inconsciente le prohibe su nombre, pero es el deseo con el que se anda y se hace, convertido en la única garantía. Impura, por supuesto.
Por este tiempo se pasa, y en ese paso, algo de él persiste posiblemente para siempre. Pero cuidado, que no me refiero al hermitaño o al asceta, que para sostener el deseo se entregan a la soledad renunciando a todo goce, ni tampoco al delirio yoico de total independencia y autonomía. Muy por el contrario, si por esta dimensión de la soledad, que tal vez sea uno de los infinitos nombres de la castración, se transcurre y se anuda, no es mas que para poder cantar, bailar, compartir, amar, hablar, escuchar y disfrutar con los otros lo que mejor se pueda, pero de otro modo. Nada mas.
Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 10 - Diciembre 1999
Número 10 - Diciembre 1999
2 comentarios:
Me encanta tu blog, y la forma con la que haces que la psicologia sea algo ameno y sobre todo despojado de ese academicismo que la hace inaccesible al gran público. Te animo a que sigas con la buenisima labor que estás haciendo, para cualquier cosa estoy en mi web
http://www.aprendeseduccion.com/
Felicitaciones! me encantó tu trabajo...y tu escrito. Psicoanálsis y Arte van de la mano.
Clara
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