Alicia Artal
Introducción
Hace ya algunos años, el estudio de los fenómenos psicosomáticos llevó a algunos autores a establecer la necesidad de definir una estructura psicosomática, al mismo nivel que hablamos de estructura neurótica, psicótica o perversa.
Otros, en cambio, prefieren tomar los episodios en los que hay un trastorno en el cuerpo como un síntoma, y no como una estructura.
El objetivo de este trabajo es estudiar la particular configuración que se establece ante la aparición de un fenómeno psicosomático en cierto tipo de pacientes, a los que denominaré pacientes narcisistas, siguiendo la definición de Joyce McDougall (1978a) y tomando además los avatares en el momento de la identificación (Estadio del Espejo).
Narcisismo - cuerpo
Denominamos narcisismo al momento estructural en el cual se adquiere la noción de unidad a través de la identificación con un otro (Estadio del Espejo) y la consecuente libidinización del cuerpo propio, que ha dejado de sentirse como fragmentado. Este momento crucial en la identidad propia se realiza a través de una identificación corporal con el otro: se ve otro cuerpo, se identifica con él. Lacan (1949) señala al respecto:
Es que la forma total del cuerpo, gracias a la cual el sujeto se adelanta en un espejismo a la maduración de su poder, no le es dada sino como una Gestalt, es decir, en una exterioridad donde sin duda esa forma es más constituyente que constituida, pero donde sobre todo le aparece en un relieve de estatura que lo coagula y bajo una simetría que la invierte, en oposición a la turbulencia de movimientos con que se experimenta a sí mismo animándola.
Esta Gestalt es, antes que nada, un cuerpo. Es por eso que el narcisismo está íntimamente ligado a lo corporal, a pesar de que va mucho más allá de él, ya que establece además una nueva configuración psíquica. Como dice Lacan (ibíd.) "Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto de fase está suficientemente indicado por el uso, en la teoría, del término antiguo imago." (Las bastardillas son del autor). Supuestamente, queda atrás el cuerpo fragmentado y la angustia resultante de él. Queda atrás además la sensación de impotencia en el manejo del propio cuerpo y en las sensaciones que de él derivan, y que eran vividas como ataques (dolores corporales, sensaciones):
Este desarrollo es vivido como una dialéctica temporal que proyecta decisivamente en historia la formación del individuo: el estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamamos ortopédica de su totalidad y a la armadura por fin asumida de una identidad enajenante, que va a marcar con su estructura rígida todo un desarrollo mental.
Lacan (ibíd.)
Pero también, teóricamente, queda atrás la indiscriminación entre el adentro y el afuera, entre lo propio y lo ajeno (Yo - No Yo). Esto se debe principalmente a que la identificación con el otro brinda límites precisos a la unidad corporal. Es decir: al enseñar el otro (el espejo) sus propios límites, muestra los del sujeto.
Podemos decir que, teóricamente, el Estadio del Espejo brinda al sujeto una serie de coordenadas a través de las cuales puede:
- entenderse y vivirse como una unidad
- discriminar los propios límites
- separar lo propio de lo ajeno
- libidinizar su cuerpo, es decir, otorgarle significaciones (a partir de la palabra del otro)
- manejar las defensas según el "ataque" vivido provenga del adentro o del afuera (huída - mecanismos de defensa)
- otorgar significaciones (palabras) a los padecimientos corporales (dolores, sensaciones)
- hacerse cargo de los padecimientos corporales (dolor, sueño, hambre, frío) y actuar en consecuencia (demandar ayuda, ejercer una acción específica)
Este desarrollo es, teóricamente, lo mejor que puede pasar. Pero a veces parece ser que algo sucede en este momento fundacional que impide el resultado deseado. La estrecha relación entre narcisismo, cuerpo e identidad me llevó a prestarle atención en el caso de algunos pacientes con características muy particulares y que sufrían de alguna afección orgánica.
Esos son los casos a los que me voy a referir en este artículo.
El cuadro narcisista
Joyce McDougall (ibíd.) define este tipo de pacientes como "narcisistas" entendiendo como tal una conflictiva no centrada en la identidad sexual sino más bien en la identidad subjetiva:
Estas fantasías angustiosas (...) están más cerca de una amenaza de índole primitiva en la que el temor a la desintegración es proyectado sobre el sentimiento de sí - mismo, por el cual el castigo temido no es la pérdida de la sexualidad sino de la identidad subjetiva.
Las defensas exhibidas son variadas y pueden presentar síntomas histéricos, obsesivos, fóbicos, perversos y hasta psicóticos. Las defensas, que muchas veces llevan a errores de diagnóstico, son muy rígidas, pero poseen una diferencia fundamental con respecto a las defensas propias de los otros cuadros. Su intención, su objetivo, es mantener la homeostasis narcisista, ya que cualquier quebradura de la misma es vivida como una amenaza al Yo. Como vemos, no está en juego la sexualidad sino la supervivencia misma. Como afirma Joyce McDougall (ibíd.):
Narciso desempeña un papel más importante que el de Edipo, en cuanto a la dilucidación de las perturbaciones más profundas de la psique humana. La supervivencia psíquica ocupa un espacio más fundamental en el inconciente que el conflicto edípico, hasta el punto que para algunos el sufrimiento ocasionado por los derechos y deseos sexuales puede aparecer como un lujo.
Pero ¿qué pasó con estos pacientes? ¿Por qué llegan a esta situación?
Mi idea -y que trataré de ilustrar con una viñeta clínica- es que hubo una circunstancia muy particular en el momento de la identificación primordial con el otro (la madre). En estos pacientes, el Estadio del Espejo, tal como lo describe Lacan, resultó en realidad un "Estadio de los dos espejos".
Llamo así al proceso por el cual , el hijo (objeto) no encuentra en su madre un espejo en el cual reflejarse. En los casos estudiados la madre no pudo ofrecerse como espejo; antes bien, se ubicó ella misma como objeto a la búsqueda de su reflejo tomando al hijo como espejo (tal como sucedió con Narciso, espejo de su propia madre Liríope). Así se produce el fenómeno óptico que sucede cuando se enfrentan dos espejos: se forman una cantidad de imágenes virtuales, cada una de las cuales se refleja (como imagen real) y se vuelve a reflejar ad infinitum hasta que llega un momento en el cual es imposible determinar cuál es el objeto real (real en el sentido de la óptica) y cuál el virtual (cuál es la madre y cuál es el hijo). En este sentido, no existe la anticipación que plantea Lacan, sino una permanencia en el estado de indefensión.
De todas formas, y por confusa que sea, esta constelación (estos dos espejos enfrentados) es lo único que sostiene, aunque sea precariamente, la identidad, y es necesario mantenerla a toda costa. Cualquier intromisión de un objeto va a romper esta ilusión, única posible. (Este artificio óptico fue utilizado magníficamente por Orson Welles en su película "Ciudadano Kane", en la escena en que el protagonista es abandonado por su mujer.)
La confusión de imágenes y de espacios (el real y el virtual), a mi entender, corresponde a la misma confusión psíquica (y de imagen corporal) que observamos en estos pacientes:
- indiscriminación Yo - No Yo
- falta de delimitación del esquema corporal
- establecimiento de relaciones objetales precarias
- búsqueda incesante de otros que le sirvan de espejo
- incapacidad para cualificar las sensaciones en términos de adentro o afuera
- escasa posibilidad de desplazamiento
- necesidad de mantener la homeostasis a través de la evitación de cualquier fenómeno que rompa esta situación
- autosuficiencia y omnipotencia: mientras nada rompa el efecto óptico, la imagen se refleja ad infinitum no solo en el espacio sino también en el tiempo (sensación de infinitud)
- necesidad de evitar sentimientos tales como angustia, miedo o depresión: ello significaría refutar la omnipotencia
- catectización indiscriminada de sí mismo y de los objetos
Joyce McDougall (ibíd.) se refiere en el mismo artículo al especial tipo de relaciones objetales que se establecen:
La representación identificatoria reposa sobre una fusión tan inasible como indisoluble entre la catectización libidinal de sí mismo y la catectización objetal, entre la economía narcisista y la economía libidinal, movimiento mutuo renovado sin cesar.
En definitiva, la catectización de los objetos que se logre es antes que nada, catectización del sí mismo (fragmentado). Los objetos como tales no existen por sí sino en tanto y en cuanto oficien de soporte del Yo: al libidinizarlos, se libidiniza el Yo. Este fenómeno de relación se entiende mejor si tenemos en cuenta las palabras de David (1971) (Las bastardillas son del autor):
No hay objeto propiamente amoroso sin el reconocimiento de una irremediable insuficiencia narcisista, más exactamente de una ineluctable exigencia del Otro en cuanto Otro que es la esencia de la Alteridad. Es en tanto diferente que el objeto es esencial y dinámicamente sexual.
En estos cuadros es impensable, justamente, el reconocimiento de la insuficiencia, el reconocimiento de la falta. Por otro lado, la indiscriminación original ya mencionada hace intolerable la diferencia. Así, siguiendo a David, se puede entender por qué las relaciones objetales en estos casos no pasan por lo sexual sino por lo idéntico (lo identificable): los otros no son objetos, son espejos que devuelven la libido al Yo. Esa es la única relación objetal sin conflictos posible.
Las defensas, por su parte, tienen la misión de mantener la homeostasis narcisista, que por muy precaria que sea, es la única que se logró. Por eso no entra en juego la sexualidad: salir de esos espejos equivale, para el sujeto, a desintegrarse, a perder su existencia.
La indiscriminación de cuerpos y la falta de límites hace que la lógica imperante en estos casos sea la de Yo de Placer Purificado, es decir: si es bueno, es propio; si es malo, es ajeno. La enfermedad orgánica es vivida, justamente, como un ataque externo y no interno.
Características principales
Además de las características ya mencionadas, los pacientes presentaban otras no menos importantes:
a) en cuanto a su estructura:
- mecanismos de defensa muy rígidos: des-afectación de las representaciones, manía, control obsesivo, racionalización, aislamiento
- elevado nivel intelectual (de estudios o de inteligencia)
- esfuerzo para no sentir miedo, angustia o depresión
- pensamiento mágico (omnipotencia del pensamiento)
- omnipotencia y autosuficiencia
- elevada opinión de sí mismos: a menudo se consideran modelos
- creencia "escéptica" en cuestiones mágicas populares
- escasa vida afectiva y amorosa
- vida sexual escasa y/o poco satisfactoria
- la escasa libidinización del cuerpo se demuestra además en la forma de vestirse (en el caso de las mujeres, pocos colores o mal gusto, poco maquillaje, ningún adorno externo; en el caso de los hombres, descuido marcado en la ropa y el arreglo personal)
- la escasa libidinización corporal se proyecta también en la casa (o bien descuidada, o bien llena de pertenencias de otros)
- no recuerdan sueños
- verborragia, pero discurso vacío
- necesidad de narrar constantemente los propios triunfos, sea en el campo intelectual o en cualquier otro
- necesidad de ayudar a los demás hasta el punto de la intromisión y aún a riesgo propio
b) en cuanto al tratamiento:
- una afección orgánica (de distintos grados de gravedad)
- escasa posibilidad de establecer asociaciones libres
- aparente buena disposición al tratamiento en tanto y en cuanto no los angustie
- ausencia de síntomas egodistónicos (displacer)
- llegan a la consulta porque alguien les dijo, para probar cómo es o por otros motivos. La enfermedad no es motivo de consulta.
- la afección orgánica no los angustia. En algunos casos -para demostrar que no la niegan- se ponen a estudiar la dolencia padecida.
- la afección orgánica no tiene palabras: no existen asociaciones con ella. Existen, sí, explicaciones (racionalizaciones) como las ya descriptas
- estado general de "estar bien", sin mayores problemas
- necesidad de manejar los tratamientos a los que se "exponen", tanto el psicológico como el médico.
- pueden hablar de su enfermedad durante horas sin demostrar el más mínimo afecto. Hablan como si el enfermo fuera otro.
- negativa a acostarse en el diván. Explicaciones diversas: "No puedo hablar sin mirarte a la cara", "Estoy mejor sentada", "No quiero hablarle a la pared", etc.
- en algunos casos, el único afecto que se permiten demostrar son los relacionados con la bronca. Algunos llegan hasta la ira. En general, estos afectos aparecen cuando algo los sacó de su "bienestar" normal (statu quo).
- muy puntuales y respetuosos. Pagan a principios de mes, no faltan nunca. Si se enferman, llaman para pedir una recuperación de la sesión.
- jamás solicitan sesiones extras
La enfermedad orgánica: afección del narcisismo
Pero ¿qué sucede cuando el paciente es aquejado por una enfermedad orgánica? De alguna manera (y por más que el sujeto se defienda contra eso) la ilusión se rompe. Hubo algo que no se pudo controlar. La enfermedad orgánica es un objeto (¿extraño?) que aparece en algún lado (indiferenciable) del espacio real y que provoca una ruptura en el juego de imágenes infinitas.
Entiendo que en estos casos la enfermedad en sí constituye una afección del narcisismo en el doble sentido de afección: como enfermedad (padecimiento) y además como una inundación de afecto. Esta inundación de libido sin meta es insoportable. Además de romper la homeostasis tan defendida, produce una perturbación en todo el aparato que debe ser tramitada de alguna forma. Rechardt (1984) describe el proceso de la siguiente manera:
Una experiencia imprevista y repentina que amenaza la existencia produce un caos en la economía libidinal del yo de una manera diferente. Ella despoja a la libido del Yo, es decir, a la libido narcisista, de sus objetos narcisistas (...). La libido del Yo sin objeto movilizada de este modo flotará, por así decirlo, libre y no ligada.
En casos normales, se planteará entonces la necesidad de "una religazón con contenidos psíquicos que deben ser transformados y apaciguados por medios psíquicos" (Rechardt, ibíd.). Pero justamente esto es lo que no puede hacer el paciente narcisista. Para que haya religazón es necesario un cierto enlace entre las representaciones, pero en el caso que estudiamos se encuentran aisladas y des-afectivizadas:
(...) podemos completar la descripción dada por Freud de esta suerte de ameba que subsiste en el estadio de predominio del narcisismo. Podemos agregar que en este caso la capacidad de una ameba tal de lanzar sus seudópodos ha sido, probablemente, deficiente.
Rechardt (ibíd.)
Pero ante tal situación se impone una estrategia defensiva, que podemos resumir así: el Yo se corre de lugar (¿por identificación con el otro?), toma posesión de sus aspectos más valorados y ubica la libido desligada allí. De alguna manera, se puede decir que los sobreinviste. (De ahí, entiendo, la necesidad que se observa en estos pacientes de hablar todo el tiempo de sus logros y de ponerse como ejemplo). Es como si el Yo estuviera todo el tiempo exponiéndose para encontrar la mirada aprobadora del otro, mirada que no existió en su momento. Pero no es solo eso: si bien busca la mirada del otro, lo más importante es que el Yo es al mismo tiempo sujeto y objeto, o mejor dicho, su propio objeto. Por lo tanto, es preciso entender que este exhibicionismo es, antes que nada, un autoexhibicionismo, una especie de autocontemplación por medio de la cual el Yo se transforma en su propio espejo y se reconoce. Por otro lado es una estrategia a corto plazo, por eso es constante.
Obviamente, podemos preguntarnos quién es el que valora los aspectos yoicos, pero de nuevo nos encontraríamos con la indiscriminación ya mencionada.
Así sobreinvestido, en su doble función de sujeto y objeto, el Yo se encierra en esta autocontemplación, bajo el tono de la manía. Podríamos hablar de una negación de la gravedad de la enfermedad. Esta, a su vez, queda como una "tierra extraña" a la que es preciso cubrir de explicaciones o bien racionales o bien mágicas o ambas a la vez, pero siempre totalmente aislada del resto de las representaciones del aparato: es algo externo que ataca el cuerpo. Des-afectación y aislamiento es la única estrategia posible.
¿Cuál es el significado de la enfermedad orgánica en estos casos? Al respecto, surgen algunas hipótesis:
1. que sea un intento precario por delimitar el propio cuerpo, para romper así la ilusión narcisista
2. que constituya un ataque al cuerpo del otro (la madre), que por la indiscriminación ya mencionada, es también el propio cuerpo
3. que sea el medio de persistir en la ilusión narcisista (que se sintió amenazada de alguna manera), lo cual justifica la exacerbación de las defensas
Estas tres hipótesis no son contradictorias ni opuestas. En más de un caso se podría encontrar más de una actuando a la vez.
Es importante además analizar la imagen corporal particular. En efecto, si aceptamos que no hubo una debida identificación corporal primordial, debemos suponer además que el cuerpo fragmentado sigue siéndolo. Ahora bien, la forma en que estos pacientes relatan las dolencias físicas recuerda la manera en la que un bebé padece las sensaciones corporales: como ataques del exterior, sensaciones displacenteras a las cuales no se les puede poner palabras cargadas de afecto.
No olvidemos, por otra parte, que las llamadas enfermedades autoinmunes se definen como las afecciones en las cuales las defensas del organismo atacan partes del propio cuerpo, es decir, no se reconoce lo propio. Es inevitable remitir esta situación corporal a la indiscriminación psíquica (Yo - No Yo) ya mencionada a causa del enfrentamiento de los espejos: no se sabe dónde termina uno y dónde empieza el otro, qué es beneficioso y qué es perjudicial.
Voy a presentar ahora un caso que creo ilustra los desarrollos teóricos ya expuestos, aunque solo se trató de entrevistas.
Memorias de una señorita formal
Graciela tiene 48 años. Es abogada, y consultó "porque el médico me recomendó que hiciera algún tratamiento. Es el médico que me atiende porque me agarró un cáncer de útero hace tres meses. Me imagino que es bueno poder venir a hablar con alguien de las cosas que me pasan. Vamos a ver."
Graciela es hija única. Su madre, también abogada e hija única, murió hace cuatro años de un cáncer de útero. Sus padres se separaron "de habitación" cuando ella era muy chica (no puede precisar cuándo exactamente) y finalmente se separaron de casa cuando Graciela tenía 36 años. En la casa vivían originalmente, además de Graciela y sus padres, los padres de su madre. Las tres habitaciones estaban ocupadas de la siguiente manera: en la principal, Graciela y su madre; en la de al lado, sus abuelos, y en la del fondo, su padre. De esta situación entre sus padres evidentemente no se pregunta nada. La explicación que encuentra es "Y... no se llevaban bien. Era lógico que se separaran." Más tarde recordó que su madre le había confiado que, después del nacimiento de Graciela, no había vuelto a tener relaciones sexuales con el padre. Luego de la muerte de los dos abuelos maternos (cuando ella tenía 21 años) llega a vivir a su casa una prima, Marina, hija de una hermana del padre que vivía en el interior del país. Esta prima ocupa la habitación de los abuelos.
Graciela relata una y otra vez sus éxitos en la escuela y en la facultad. Por indicación de su madre, dio 1er y 2do años libres durante un verano, y entró directamente a tercero: "A mamá se le ocurrió que yo podía hacerlo. Me fue fácil." Terminó la secundaria a los 15 años, fue escolta y abanderada, y terminó con el mejor promedio de la escuela. A los 16 años entró a Derecho y a los 21 se recibió con Diploma de Honor. No se dedicó a la misma especialidad que su madre: "No tenía sentido. Era mejor para el estudio que yo hiciera comercial. De civil se ocupaba mamá ". Cuando le pregunté si esa era la especialidad que más le gustaba, me dijo "Me daba lo mismo cualquiera"
Me entero entonces de que su verdadero nombre no es Graciela. Ella se llama Clara Ernestina: Clara, como su madre; Ernestina como su abuela materna. Pero todos la conocen por Graciela. El nobre se lo puso ella misma.
Cuando a su madre se le declaró el cáncer Graciela tenía 44 años. Además de consultar con varios médicos (algunos de ellos no revisaron jamás a la madre porque "no quería que la estuvieran toqueteando" ) se fue a las librerías que están cerca de la facultad de medicina y, haciéndose pasar por médica, compró varios libros sobre cáncer. "Me costó mucho entender algunas cosas, pero luego fui comprendiendo más. Yo necesitaba saber exactamente qué era lo que estaba pasando. Cuando mamá se sentía mal, yo le explicaba qué era lo que la hacía sentirse mal, y eso la tranquilizaba. Por ejemplo, le decía que el hígado estaba un poco hinchado, o que seguro tenía acidez estomacal por los remedios. Muchas veces eran inventos, pero lo importante era que se tranquilizaba". Graciela así se convirtió en interpretadora de síntomas y enfermera de su madre. Jamás quiso pedir los servicios de una enfermera: la cuidaban ella y su prima. "Tampoco era cuestión de que el estudio se viniera abajo. Yo tenía que seguir trabajando a pesar de la situación, y el trabajo me hacía distenderme". Se negó además a internarla: la madre murió en su cama, en la habitación que compartían. Es de destacar que toda la narración acerca de la muerte de su madre fue hecha desde el ángulo "científico" del asunto, es decir, me explicó con detalles todas las cuestiones médicas. Al día siguiente del fallecimiento de la madre, Graciela estaba en Tribunales trabajando: "Y, la vida sigue... Además ¿qué sentido tenía que me quedara en casa angustiándome?. Por otro lado, yo sabía hacía meses que se iba a morir".
Hace un año Marina se casó y se fue de la casa. Graciela se quedó sola, por primera vez en su vida, a los 47 años. Al padre lo ve más o menos seguido porque con él comparte "un hobby": la artesanía. El padre, efectivamente, es un "artista frustrado" que debió ganarse la vida como empleado administrativo. Ahora, ya jubilado, se dedica a las artesanías. Graciela dice que esta ocupación para ella es "una terapia. Cuando llego cansada del estudio no se me da ni por leer ni por ver televisión, me pongo a modelar".
La historia de la vida amorosa de Graciela es un capítulo importante. Reconoce como primer novio "oficial" a un abogado que conoció en una audiencia. Con él tuvo su primera relación sexual a los 26 años. "Pero él estaba de novio. Yo no lo sabía. Cuando finalmente me enteré, porque me lo dijo otra abogada de casualidad, lo cité en un bar y le dije directamente 'esto se acabó'. Así de fácil. Y dije 'chau, nunca más'". Luego hubo otros dos, uno de los cuales le robó plata en el estudio un día en que ella le dio la llave de la caja fuerte.
Hace diez años conoció a Raúl, un empleado administrativo de su misma edad, soltero, con el que está "de novia". "A mamá no le caía nada bien, pero bueno, a mamá no le caía bien ninguno." Después de la muerte de la madre, Raúl empezó a quedarse a dormir en la casa, pero eso le trajo problemas con Marina, quien entonces reivindicó su derecho de llevar a su novio. "Entonces la casa se iba a transformar en cualquier cosa. No se lo permití. No se daba cuenta de que la casa era mía, no de ella." Raúl dejó de ir hasta que Marina se casó. Actualmente, va una vez por semana y se queda con ella, pero los fines de semana no se ven "porque él tiene su propia casa y tiene que cuidarla, y yo normalmente o estoy modelando o estoy trabajando, así que mejor nos vemos los martes, y listo". Nunca pensó en casarse (él tampoco) ni en tener hijos, porque "los chicos solo me gustan cuando duermen". De su vida sexual, solo relata que "está todo bien".
Con respecto al cáncer "que le agarró", cuenta que empezó a tener dolores que al principio pensó eran debido a la menopausia el día del aniversario de la muerte de la madre . Pero estudios posteriores confirmaron la presencia de un tumor en útero con metástasis en bazo. Se le hace una biopsia, que cuenta con lujo de detalles y como si se tratara de otra persona: "Lo más molesto fue cuando desperté de la anestesia. No sabía ni dónde estaba". Nadie se enteró de esta biopsia, ni su padre, ni Raúl, ni su prima. "¿Para que los iba a angustiar? Se los iba a decir cuando tuviera el resultado". De su enfermedad comenta que al principio se "asombró", porque jamás se le hubiera ocurrido que iba a tenerlo. Hasta el último momento pensó que debía ser "un quiste en un ovario, o algo así". No se angustió ni se deprimió. Al día siguiente de la operación estaba en el estudio trabajando "porque si no estoy yo, el estudio se viene abajo".
Una semana más tarde se lo comunica a Raúl, al padre y a la prima, quienes "lo tomaron muy bien, no se desesperaron ni nada".
Decide entonces seguir el tratamiento planteado por el médico (quimioterapia) pero además ir a ver a un mentalista, quien le indica una serie de "encuentros energéticos": "Mal no me va a hacer. Como mucho, no me hará nada. Ni creo ni dejo de creer". También empieza a concurrir a las misas que da un cura "sanador". Ella sola se ocupa de su tratamiento; nada en la rutina diaria cambió a partir de la enfermedad. "Decidí no deprimirme, porque leí que al que se deprime le bajan las defensas, y yo necesito tenerlas altas. Además ¿de qué sirve? El otro día me enteré de que el Dr. X (un abogado famoso) está en un pozo depresivo porque se enteró de que tiene cáncer y no sale de su casa... Eso es una tontería, ¿no te parece? Yo me puse el traje de Mujer Maravilla y no me lo saco ni loca".
Al hablar de las modificaciones que produjo en su vida la aparición de la enfermedad, relata que empezó a ocuparse de la casa de otra manera: le importa más la limpieza y que "todo esté en orden", lo cual incluye una enorme cantidad de muebles viejos (de sus padres y de sus abuelos), algunos en mal estado, otros inutilizables, que guarda celosamente en una habitación. Ni se le ocurre desprenderse de ellos. En estos momentos planea una gran cantidad de refacciones y comenta que la casa es muy oscura. Como se trata de una casa a la calle, y tiene miedo de que entren ladrones, tiene todas las persianas bajas durante todo el día. (Este hecho nos muestra la diferencia defensiva con respecto a un neurótico: en vez de poner defensas -rejas, alarmas, etc.- directamente anula las ventanas, que casualmente son los espacios en los que el adentro se comunica con el afuera). Otra cosa que hizo "para alegrar la casa" fue llenarla literalmente de sus propias obras: "No hay mueble en el que no haya alguna de mis obras. Y como ya no me queda lugar, las que voy haciendo ahora las pongo arriba del sofa, en cualquier lado. La cosa es que se vean. En el estudio hice lo mismo."
Al preguntarle su opinión acerca de las causas de su enfermedad, contesta que es lo que le tenía que pasar: "A mí siempre me pasa algo cada cuatro años. Este correspondía." Le pregunté (sabiendo la respuesta) qué había pasado cuatro años atrás: "Murió mi mamá". Pero esta relación "mágica" fue la única que pudo establecer entre los dos hechos (su enfermedad y la muerte de su madre).
El tono general de Graciela es de despreocupación. Entiende que lo único que puede hacer es manejar su tratamiento médico ("aprendió" a leer ecografías, tomografías y análisis de sangre) porque "sé que no tengo que negar mi enfermedad".
De la misma manera, trató de manejar las entrevistas conmigo. Hizo reiteradas preguntas sobre mi orientación y muy a menudo me pedía mi opinión (en realidad, necesitaba que le confirmara que lo que hacía estaba bien). Por lo demás, llegaba siempre a horario, no faltaba nunca, y pagaba luego de cada entrevista.
En la última me explicó que había decidido no seguir viniendo porque, aunque yo le caía bien, le parecía que el psicoanálisis no era lo que ella necesitaba, porque no le iba a hacer bien "escarbar mierda". Alguien le había hablado de otro tipo de terapia que creía le iba a resultar más beneficioso: el control mental. De todas formas, me agradeció mucho la ayuda, me dijo que guardaba mi teléfono y me trajo un regalo: una tetera hecha por ella. Todo con absoluta corrección. No fuera cosa que yo pensara que se estaba escapando...
Creo que esta viñeta, aunque breve, ilustra lo ya desarrollado en los ítems anteriores. La indiscriminación de los cuerpos, notable en la enfermedad misma que une a madre e hija más allá de la muerte, nos muestra el papel que jugó Graciela en el deseo de la madre: fue la madre quien buscó en ella su reflejo. Recordemos, además, que los primeros síntomas tuvieron lugar el día en que se cumplía el cuarto aniversario de la muerte de esta. También se hace evidente en la función que cumplió durante la enfermedad de la madre y en la necesidad de tapar los agujeros maternos: estudia lo mismo que la madre, pero elige la especialidad que "el estudio" (de la madre) necesita, sin que se sepa cuál era su deseo. Como bien describe Joyce McDougall (1978b): "Ese momento mítico en el que se renuncia a la identidad fusional con la madre exige que esta se halle preparada para aceptar la pérdida de dicha unión mágica (...)" (Las bastardillas son mías). La madre de Graciela, por lo visto, no estaba preparada para resignar ese espejo que la vida le acababa de dar. Después del nacimiento de su hija renuncia a las relaciones sexuales, y además se lo cuenta a su hija sin reparos.
Las relaciones objetales de Graciela carecen de todo afecto libidinal: tiene pocas amigas (ningún amigo) "pero buenas", y la mayoría también son solteras. De todas formas, manifiesta que no tiene problemas con la gente, porque es "muy sociable". Su relación con Raúl le permite por un lado seguir manteniendo su fantasía omnipotente, y por el otro estar de acuerdo con las normas sociales. Es interesante que se refiera a él como "mi novio".
La aparición de la enfermedad (que creo que tiene que ver con el hecho de haberse quedado sola en la casa por primera vez) mueve en ella los mecanismos ya mencionados: necesidad de explicaciones (médicas y mágicas), control, omnipotencia del pensamiento (traje de Mujer Maravilla), racionalizaciones y desafectación.
Su lenguaje es rico en vocabulario, pero totalmente desafectivizado. Es muy inteligente y culta, pero demuestra lo que M'Uzan señala como rasgo característico: el desapego "respecto de cualquier representación verdaderamente viva de un objeto interno".
¿Cuál era el papel de la enfermedad? Imposible saberlo, por el poco tiempo. Lo que sí era previsible era la actitud de rechazar cualquier intento de ahondar un poco en su vida y, consecuentemente, el cambio del tratamiento por otro que le prometía lo más ansiado: el control.
Algunos interrogantes
Es inevitable hacerse alguna preguntas con respecto a lo ya visto.
En primer lugar ¿es viable un tratamiento psicoanalítico con estos pacientes? Las resistencias son feroces. Pero no se trata de las resistencias de los neuróticos, manifestación de una represión. Se trata más bien de una necesidad de defender con uñas y dientes esa integridad frágil que han conseguido. Entonces, ¿qué pasaría si levantáramos esas barreras? ¿A que nos y los expondríamos?
Seguramente, tendríamos que cambiar una gran cantidad de elementos técnicos. ¿Será posible interpretar? Parece en realidad que el arma más útil pasa por el señalamiento y no por la interpretación. Pero ¿por cuánto tiempo? ¿Hay alguna otra manera de llegar a esa fortaleza?
Podríamos pensar también que, sobre la base de una buena transferencia positiva, los pacientes de este tipo pueden ir poco a poco abriendo las puertas. Trabajo de hormiga, sin duda, que además plantea otra dificultad, que pasa más por el lado del terapeuta: hay que olvidarse de sueños, lapsus y actuaciones. Se nos quitan, de alguna manera, todas las herramientas que conocemos y con las que contamos en el trabajo con neuróticos. Pero no es solo eso. En general son pacientes aburridos, no por los temas de los que hablan sino por el profundo tedio que causa su desapego general. Poseen un tono épico, no en el sentido que le da David Liberman, sino en el sentido de que recuerdan a esos juglares que se la pasan contando a los demás (y admirando) las hazañas del héroe o heroína de turno, que en estos casos es siempre ellos mismos.
No existe una demanda. O si la hay, es una demanda de otra cosa. ¿Se podría utilizar de alguna manera esa otra demanda para que se transforme en una demanda no de análisis (eso sería esperar demasiado) sino al menos de escucha?
Hay que tener en cuenta, además, que aunque no sea un motivo de consulta (ni de angustia) la enfermedad orgánica está ahí, y muchas veces se trata de una enfermedad grave. ¿Cómo se maneja este tema? ¿No se habla de ella hasta que el paciente la nombra o tratamos de que empiece a entrar en un comercio asociativo para que, aunque sea de a poco, vaya abriendo algún significado? Hacer que la enfermedad hable por el paciente no es tarea fácil: recordemos que se encuentra aislada en el aparato, sin posibilidades de conexión.
Por ejemplo, ¿qué hubiera pasado si yo hubiera señalado esa relación entre la enfermedad de la madre y la de ella? ¿Hubiera provocado mi intervención algún efecto? ¿Cuál?
El papel de analista con estos pacientes, como se verá, no es nada fácil. No solo porque generalmente no vemos resultados (es decir, nos golpean nuestro propio narcisismo) sino porque además es muy intrincado saber qué papel jugamos nosotros. ¿Seremos otro espejo? Si fuera así y aceptáramos el papel ¿cuál sería la estrategia del tratamiento? ¿Ponerle palabras a lo que no lo tiene? Es una postura que creo riesgosa, porque justamente corremos el peligro de que el paciente tome nuestras palabras y las use como racionalizaciones. En su afán por demostrar su aparente "obediencia" a las reglas, podemos llegar a escuchar nuestras propias palabras y frases varias veces. Por otro lado ¿es válido que llenemos lugares con nuestras palabras? Si consideramos que hay una falla grave en la identidad, que no se sabe quién es quién, ¿no sería peligroso que entrara otro más en semejante indiferenciación?
Otra postura sería la de entrar en ese juego de espejos como elemento discordante, para delinear así las dos imágenes y los dos cuerpos. Pero ¿estará "dispuesto" el paciente a ese movimiento? Pareciera que no, debido a su imposibilidad de tolerar la angustia. No olvidemos que para él esa indiferenciación es su garantía de existencia. A menos que, a través de una transferencia positiva en la que el analista sea el primero en delimitarse, se puedan ir abriendo caminos. En ese caso, ¿estará dispuesto el analista?
Estas son, obviamente, algunas de las preguntas que uno se puede hacer. No creo que haya una respuesta, pero al menos podrían indicarnos diferentes caminos para seguir investigando este particular tipo de afección narcisista.
Bibliografía
David, C. (1971): L'état amoureux, París, Payot
Lacan, J. (1949): "El estadio del espejo como formador de la función del yo ["je"] tal como se nos presenta en la experiencia psicoanalítica" en Escritos I, Buenos Aires, Siglo XXI
McDougall, J.
(1978a): "Narciso en busca de una reflexión" en Alegato por una cierta anormalidad, Buenos Aires, Paidós
(1978b): "El psicosoma y el proceso psicoanalítico" en Alegato por una cierta anormalidad, Buenos Aires, Paidós
Rechardt, E. (1984): "Los destinos de la pulsión de muerte" en La pulsión de muerte, Buenos Aires, Amorrortu Editores
Número 3 - Abril 1996
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