Dije que el pensamiento y la personalidad de Nietzsche deben ser comprendidos en un contexto religioso. Pero la religión puede ser entendida de dos formas radicalmente opuestas: como relación íntima e individual del hombre y lo sagrado o como una estructura objetiva que posee su metafísica, su dogma, su culto, su iglesia, su Dios personal. En el primer caso, la relación es inmediata, en el segundo se trata de una mediación institucionalizada. El hecho religioso es, en el primero, individual, en el segundo caso es comunitario. La primera forma es la de la religión interior, la segunda lleva el nombre de religión objetivada. La religiosidad de Nietzsche corresponde a la primera acepción. La crítica severa de Nietzsche no debe despistarnos. Se ha dirigido contra la religión objetivada. Con fuerza ha demostrado que muchas de sus formas son « errores de la razón », ilusiones « narcotizantes », enmascaramientos de la impotencia, del “desprecio a la vida”, del “miedo”. Ha demostrado que lo que aparece como la “revelación” de una religión objetivada no tiene otro origen que el de una miseria “demasiado” humana. La religión aquí es el producto del “hombre enfermo”. Nietzsche rechazó una religión que niega la vida (y con ella el cuerpo, lo terrenal, los instintos, entendidos como manifestación espontánea y afirmativa de la vida). Rechaza una religión que extrema la oposición entre lo sagrado y lo profano, entre esta vida y la otra, que concibe un Dios lejano, “absolutamente otro”, morando en las Alturas, y al hombre como “polvo y cenizas”. Nada tiene que ver con creencias que difunden de Dios la imagen de un amo tiránico exigiendo del hombre una “dependencia absoluta”; tampoco acepta una fe que proscribe el sentido orgiástico de la alegría y hace del pecado un dalo constitutivo de la naturaleza humana.
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