¿Escucha de la Realidad Psíquica vs Escucha de la Realidad Objetiva?

¿Escucha de la realidad psíquica vs. escucha de la realidad objetiva?
Carlos Fernández Gaos - José Perrés Hamaui

Ponencia presentada en el
"Coloquio Internacional de Sociología Clínica e Investigación Cualitativa en Ciencias Sociales".
Cuernavaca, Mor. 30 de junio a 5 de julio de 1997



I) INTRODUCCION

Si algo caracteriza al dispositivo psicoanalítico, en su propia especificidad, es justamente la dimensión de la escucha. Sólo a través de ella se crean las condiciones de posibilidad de la regla fundamental, la asociación libre, y de su contraparte, la atención flotante (o fluctuante, si se quiere ser aún más precisos).

Pero la pregunta esencial que surge concierne a qué escucha el psicoanalista y desde dónde se produce su escucha, como veremos a continuación. Si hemos recurrido a utilizar la expresión "dispositivo psicoanalítico" (1), es precisamente porque la clásica acepción de "encuadre" psicoanalítico (setting), no logra dar cuenta en forma pertinente, a nuestro entender, de los complejos y heterogéneos elementos que intervienen en la situación psicoanalítica. El término "encuadre", además, parece estar referido tan sólo a niveles metodológico/técnicos, en torno a las dimensiones témporo-espaciales. Vale decir, relacionados a delimitar un espacio y un tiempo muy precisos como constantes, en el mismo sentido que la presencia siempre igual del analista, del consultorio y su mobiliario, de las horas fijadas para la sesión, etc..., aspectos, todos, que permitirían poder destacar a partir de ellos, las variables provenientes del discurso del analizando en su relación transferencial con el analista. Todo ello muy próximo al clásico método experimental, lo que está de algún modo implícito en la etimología misma de la palabra "encuadre" (proveniente de encerrar en un marco, introducir una cosa dentro de otra, etc...). En suma, da la idea de una condición "estática" referida a reglas y normas de accionar constantes, posibilitadoras del trabajo analítico perlaborativo, totalmente explicitadas a modo de "consignas" en el llamado "contrato psicoanalítico", verdaderas "reglas de juego" de la situación o cura psicoanalítica. Todo lo que perfectamente podría entenderse como "lo instituido" del psicoanálisis.

Cuando en cambio hablamos de "dispositivo psicoanalítico" estamos refiriéndonos a las modalidades de regulación de todos los diferentes encuadres, en un proceso sumamente dinámico y cambiante, acercándonos más a la idea de lo "instituyente". Regulación que, lejos de ser tan sólo metodológica o técnica, es fundamentalmente de caracter teórico, con amplias repercusiones en las dimensiones metodológica/técnica, tanto como en la ética.

Como todo dispositivo, emanado de una concepción teórica, el psicoanalítico intenta delimitar un espacio preciso que genera un "adentro" y un "afuera" que, como régimen de luz, distribuye lo visible y lo invisible. Se trata de crear la situación de posibilidad para que ese "adentro" del dispositivo produzca condiciones o "líneas de visibilidad" (en el sentido foucaultiano) de los fenómenos sobre los que se quiere trabajar o incidir. Para nuestro caso, en la situación psicoanalítica, sería más adecuado introducir el neologismo "condiciones de escuchabilidad" (2) ya que, precisamente a partir de Freud, se revolucionó epistemológicamente el paradigma en juego, pasándose del "campo de la mirada", que caracterizó históricamente al naturalismo y a los empirismos y positivismos, al "campo de la escucha" que el Psicoanálisis como disciplina, redimensiona sustantivamente.

II) LA ESCUCHA DEL ANALISTA, LA OBJETIVIDAD Y LA REALIDAD EN LA DIMENSION TRANSFERO-CONTRATRANSFERENCIAL DEL ANALISIS.

Si el dispositivo psicoanalítico busca crear un "adentro", como indicábamos, es precisamente para permitir que el analista ejerza su función esencial de escucha, posibilitadora y facilitadora de la asociación libre del paciente. Insistimos en este punto, pese a su obviedad: no es porque generamos el espacio para que el paciente tienda a la asociación libre, que escuchamos, sino más bien es porque estamos ubicados en la actitud de escucha de un discurso, con sus determinaciones inconscientes, que posibilitamos al paciente a hablar libremente, a romper con las "representaciones meta" y eliminar buena parte de la censura, al servicio de la racionalidad y transmisibilidad del discurso consciente.

Pero, ¿porqué escuchar, qué escuchar, cuándo escuchar, dónde escuchar, para qué escuchar y por último, nuestra fundamental pregunta anterior, desde dónde escuchar? Contestar todas estas interrogantes nos implicaría un largo camino de teorización, que excedería los límites de la presente ponencia. Pero no podemos dejar de esbozar algunas respuestas mínimas a estos problemas, ya que conciernen a lo medular de nuestra reflexión presente.

Queremos a través de la misma discutir la supuesta oposición existente entre la escucha de la realidad psíquica, tarea esencialmente analítica y, por otro lado, la escucha de la realidad objetiva, lo que no pertenece obviamente al "adentro" del dispositivo psicoanalítico, lo que parecería quedar excluido del mismo por decisión expresa del analista ya que, lo discutiremos, la única realidad que parece interesarnos como psicoanalistas es la que remite al sujeto deseante, al que organiza la realidad objetiva tamizándola a partir de su historia personal, su novela familiar, la construcción de sus imaginarios, su particular subjetividad" en una palabra, su estructura deseante como reguladora de su contacto con el mundo exterior, dándole significaciones específicas desde sí mismo, o más bien desde su mundo conflictivo, como sujeto escindido.

Cuando, en cambio, hablamos aquí de escucha de la realidad objetiva, no estamos refiriéndonos obviamente al término más genérico connotado por este concepto. Sabemos muy bien, epistemológicamente, que esa realidad objetiva es inaprensible y por ello imposible de ser escuchada en ningún ámbito y menos aún, si cabe, dentro del dispositivo analítico.

La escucha a la que hace referencia nuestro trabajo supone otra cosa, justamente la que los gestores e integrantes de la Sociología Clínica proponen, a saber: una nueva escucha que rompa con los criterios rígidos y, a veces, fragmentarios de la escucha analítica; lo que fundamental pero no exclusivamente, refiere a todos los aspectos sociales que conciernen al paciente: su inserción de clase, sus antecedentes étnicos, su historia social familiar, su interpretación ideológica del mundo. etc... Es evidente que esos niveles suelen estar bastante ausentes de un análisis más "tradicional", especialmente en Francia (o en Europa, en general) donde los conceptos producidos por la Sociología Clínica, reeditando con rigor y precisión los viejos y equívocos planteamientos del freudo-marxismo y los de la psicosociología, suenan casi inentendibles al mundo psicoanalítico, provocando una verdadera sensación de "extrañeza".

Pero, curiosamente, y esto es algo que debiera ser meditado en favor de la teorización en Sociología Clínica, en América Latina, en términos generales, y más específicamente en lo que concierne a todos aquellos analistas que hemos tenido que enfrentarnos a duras situaciones sociales de represión y dictadura, (como es el caso de uno de los coautores de la presente ponencia, formado en Uruguay como analista, con psicoanalistas argentinos disidentes de la APA y la IPA por problemas políticos en torno a la inserción del psicoanálisis en la sociedad), las cosas suelen ser bastante menos rígidas y tradicionalistas que en Europa.

Por ello la mayoría de los ricos y valiosos planteos de autores pertencientes a la corriente de la Sociología Clínica nos resultan convergentes con nuestra propia forma de pensar el psicoanálisis. De ahí que no veríamos realmente una verdadera oposición entre la escucha de la realidad psíquica y la de la llamada realidad objetiva.

Frecuentemente invocada como argumento para decidir la validez de las afirmaciones que intentan caracterizar lo que acontece en el mundo humano, se identifica en general lo psíquico con lo propiamente subjetivo, en tanto se refiere a la vivencia personal, a la valoración individual, mientras que, por su parte, lo objetivo es considerado en el nivel de lo que trasciende al individuo, en el sentido de que le preexiste, le subsiste y es independiente de su vivencia o experiencia. No está por demás señalar que este es uno de los problemas que se encuentra en el centro de las discusiones acerca de los límites y posibilidades de la investigación cualitativa, en la medida en que es cuestionada por la investigación cuantitativa en su capacidad de dar cuenta de las generalidades. Cuestionamiento, por demás interesante, pues habla del lugar preponderante en el que se erige esta investigación cuantitativa a la que, a nuestra vez, tendríamos que cuestionar en su capacidad de dar cuenta de las particularidades. Pero dejemos ese tema que, por sí mismo, sería motivo de otro trabajo.

Nuestro interés se centrará en lo objetivo y lo subjetivo en relación al sujeto singular, cuya inclusión o exclusión como origen de las argumentaciones e informaciones, constituye el eje alrededor del cual se despliegan los discursos acerca de su validez. Dejaremos de lado estos términos en su connotación empirista; al igual que lo haremos con las polémicas referidas al proceso de conocimiento: éstas son añejas cuestiones que casi podríamos considerar superadas, o desterradas de las ciencias sociales actuales.

Hablar de una realidad objetiva, en tanto exterior al sujeto y absoluta en su naturaleza, es encararlo a una realidad que, como ya señalábamos, precisamente por su caracter inaprensible e inaccesible, se impone al sujeto como inminente e inescapable, y es, simultáneamente, proponerle criterios calificadores de su propia vivencia; de sus experiencias, dando con ello la pauta para justificar las acciones que han de tomarse en su favor o en su contra, con respecto a lo que dice o hace. El caso de los debates en torno al discurso jurídico es ejemplar en este sentido, pues excluyendo al sujeto singular, define un sujeto genérico abstracto que hace que cada singularidad, sea un ejemplo o caso particular del sujeto abstracto, y es sobre esta definición que prescribe el régimen de sanciones y privilegios a los que ha de sujetarse. El sustento de esa definición, muy frecuentemente está referido, teóricamente, al llamado "derecho natural" que otorga a las prerrogativas y restricciones de la vida en sociedad, un caracter real y absoluto, léase objetivo, que sólo tendría que ser reconocido. Pero también es el caso de las normas y caracterizaciones emanadas de las generalizaciones abusivas, que pretenden hacer de ellas una demostración de una realidad ante la que sólo es posible ubicarse autocalificándose.

Cabe acotar que, en nuestro caso, partimos de la premisa de que nada del orden de lo humano está exento de la subjetividad, pues ella es la que lo define, y, por ende, nada de lo que de lo humano habla es carente de ética. Etica y poder, son las dimensiones que el hombre ha creado como verdaderos encuadres de su devenir, y sus apellidos posibles instituyen, en última instancia, el régimen de realidad en el que cada individuo se mueve. De esta manera, cualquier intento de hacer de estos apellidos parte de la naturaleza objetiva es, en consecuencia, muestra de la vigencia de la ética y el poder que los mantiene, no de su objetividad.

Así planteada esta premisa, es posible pensar las normas como subjetividades colectivas, consensuadas e incluso universalizadas, los valores e identidades como expresión de imaginarios sociales, los mitos como cemento de los grupos, etc., todos ellos subjetividades que, no porque trascienden al sujeto individual, son por ello objetivas, a no ser que así se entienda ese término, y no constituyen, por tanto ninguna realidad aparte de la que el propio hombre construye.

Hasta aquí le hemos seguido la pista, aunque sea muy brevemente, a una noción de objetividad que se identifica con la de realidad y se erige en absoluta. Estamos conscientes, como ya indicábamos, que no es la noción que más goza de la simpatía de los asistentes a este coloquio, que por su título convoca, precisamente, a quienes hemos sufrido la tiranía del absolutismo cientificista, sin embargo, todavía no están de más, aunque no sea más que para engrosar las argumentaciones, estas breves disgresiones reivindicadoras. Pero para proseguir la respuesta a nuestra pregunta es necesario, aún, revisar el término "realidad".

La noción de realidad que cada uno se construye, siguiendo a Piera Aulagnier, se ciñe, por un lado, a los criterios que de ella da la cultura de referencia y, por otro, a las vivencias personales de quien la cultura prescribe que ha de incorporarlos. El hecho mismo de hablar de culturas de referencia nos permite exponer el caracter subjetivo y subjetivante de estos criterios, lo cual implica que hay distintos criterios de realidad, o si se quiere, distintas realidades, de acuerdo con las particularidades del grupo de referencia, sea éste el científico, el médico, el religioso, etc...y, en congruencia, no tendríamos razón alguna para pensar que los criterios de realidad de estas culturas deben corresponder, o deben coincidir, salvo que sea una la que se imponga.

Para el Psicoanálisis, en la medida en que su tema es la subjetividad misma, y lo adelantábamos hace un rato, la realidad objetiva no está colocada en oposición a la psíquica. Si bién este concepto de realidad objetiva implicó definiciones ditintas y nunca totalmente claras en la obra de su creador (3), (principio de realidad opuesto al principio del placer, prueba de realidad como función psíquica atribuida a la tópica de lo consciente, etc...), sin embargo, esta misma ambigüedad no hacía más que dennotar la insistencia de Freud de ceñirse a los criterios de una cultura cuyos regímenes de verdad y realidad se estaban desmoronando y que, en ese proceso, depositó, casi como único recurso, sus certificaciones en lo que consideró su conquista más sublime y poderosa, a saber, la razón científica.

Para el Psicoanálisis la realidad, para ser tal, debe ser apropiada por el sujeto. No es sino esto lo que nos muestran las vicisitudes por las que, con este concepto, pasó el vienés. Los caminos por los que se da esta apropiación, tienen como condición necesaria que esta realidad pre-exista en forma de discursos y estructuras, a las que se incorpora el sujeto singular, aunque a condición de que en ellos se vean los deseos que las movilizan. De este modo, el hecho de que sean estructuras que trascienden al sujeto no quiere decir que no sean captables, o que se desconozcan, o que sean opuestas a la realidad particular del sujeto, muy por el contrario, forman parte constitutiva de él y se harán valer para nosotros, privilegiadamente a través de la palabra. materialidad y objetivación de la inter y trans-subjetividad por excelencia.

Volvamos ahora a nuestra pregunta inicial ¿desde dónde escuchar? Si la pregunta que titula nuestro trabajo toma ahora esta forma, es porque, en última instancia, la función de escucha remite a quien la efectúa y lo que escucha está determinado por su lugar teórico-epistemológico tanto como histórico vivencial, su propio inconsciente incluido, desde luego. No hay pues escucha que no sea histórica, en el sentido de la historia interiorizada y simbolizada por el analista. Eso conduce a las conocidas dificultades para analizar a personas pertenecientes a culturas o subculturas totalmente ajenas al analista (a nivel de experiencias antropológicas o por análisis de inmigrantes). Haberlo enunciado de este modo no quiere decir que se trate de lugares claramente delimitados, pues los unos están implicados en los otros en la persona concreta que escucha. Ahora bien, hablar de la escucha es hablar del sentido que toma lo que es dicho; del modo en que es interpretado. Resulta evidente que lo que se habla, a su vez, es una interpretación. Podríamos decir, siguiendo esta linea y haciendo referencia a lo que mencionábamos al principio, que aquello que interpreta el que nos habla, constituye el "afuera" del dispositivo y, por tanto lo que conforma la realidad objetiva. Sin embargo, esta no es una realidad absoluta, sino una realidad subjetivada históricamente; generacionalmente, pues como dijera Focault, "No hay nada absolutamente primario para interpretar, porque en el fondo ya todo es interpretación; cada signo es en sí mismo no la cosa que se ofrece a la interpretación, sino la interpretación de otros signos" (4).

Así, en rigor, lo que podríamos considerar realidad objetiva, no es sino una realidad transindividual, o, mejor aún, trans-subjetiva, que atraviesa tanto el lugar del que habla como el del que escucha. Como puede concluirse, es ésta una realidad que no puede quedar en el "afuera", es más, es constitutiva del propio dispositivo analítico, pues de ella forma parte, inclusive, el discurso en el que se fundamenta como dispositivo.

Sin embargo, ésta no es una realidad en abstracto, sino que tiene apellidos muy precisos a los que nos referimos como "cultura de referencia. En estos términos cabe preguntarse con respecto a los problemas que involucra la escucha cuando los lugares en los cuales se construye un cierto sentido, son culturalmente distintos, lo que más arriba esbozábamos. La realidad en abstracto, atraviesa a ambos, paciente y analista, pero la realidad trans-subjetiva es distinta para ambos. Podríamos decir, sin temor de abuso, que son estas trans-subjetividades, tamizadas por las subjetividades singulares. las que se ponen en relación inter-subjetiva en el dispositivo analítico, y es este tamizado, precisamente, lo que es puesto en el centro del trabajo clínico, en la medida en que su interés es el sujeto singular, aquel cuyo tamiz es su propio psiquismo. Sin embargo, ello no implica desconocer las condiciones trans-subjetivas, sino, por el contrario, compromete a adentrarse en ellas e interiorizarlas, si es que pretendemos que lo que es devuelto al paciente le sirva para construir un otro sentido.

Notas

(1) El concepto de dispositivo se origina inicialmente en Foucault, recibe importantes desarrollos a través de los aportes del socioanálisis: "dispositivo de análisis", "dispositivo de imtervención", "dispositivos institucionales", etc.

(2) En vez de "condiciones de audibilidad", idiomáticamente correcto pero carente de la fuerza significativa del neologismo propuesto.

(3) Para una revisión más extensa, consúltese el trabajo: Perrés, J. "La problemática de la realidad en la obra de Freud: sus repercusiones teóricas y epistemológicas (Aportes para una epistemología freudiana". En: Suárez, A. (Coord.) "Psicoanálisis y realidad". Siglo XXI eds. México, 1989. pp. 111-153.

(4) Foucault, M. "Crítica a las técnicas de interpretación de Nietzsche, Freud, Marx". Antigua Casa Editorial Cuervo. Buenos Aires. (sin fecha), p.18


Acheronta

Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 8 - Diciembre 1998

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