Pablo Fridman
preconstituvas del Foro Psicoanalítico de Buenos Aires
Fue una preocupación constante de Lacan investigar el siempre problemático lazo social que establecen los analistas. Y esto se debe a que dicho lazo tiene efectos directos en la clínica, en los consultorios, e influye de forma decisiva en las módicas chances que tiene el psicoanálisis de subsistir.
Los psicoanalistas sabemos que la transferencia otorga un poder, que de no ser contrapuesto por dispositivos, corre el riesgo de hipnotizar por la vía del amor y la sugestión.
No es igual que la relación entre los analistas se establezca sobre la base de una estructura piramidal, al modo de como Freud considera al ejército y a la iglesia en su "Psicología de las masas...". Esta modalidad de organización establece, se quiera o no, aparatos burocráticos superpuestos, jerarquías artificiales, la necesidad de "hacer carrera", en suma trepar en la pirámide. Mas allá de las mejores intenciones y las mejores artimañas, nadie puede evitarlo: estar en una pirámide obliga a escalar. Se trata de la lógica fálica, lógica que apunta al Uno como Todo, y esa lógica, que puede ser muy útil y necesaria para la mayoría de las agrupaciones humanas, en el caso del psicoanálisis se revela como opuesta a su propia práctica. Los psicoanalistas, según Lacan, no pueden agruparse como el ejército ni como la iglesia, ni como una empresa, dado que la eliminación de la dimensión de la falta en el lazo asociativo esteriliza la práctica analítica como tal.
Desde esta situación, se le impuso a Lacan preservar la comparecencia de la falta en el modo de organización de los psicoanalistas. Proteger y ubicar en la base institucional al real que implica la clínica, y al real que determina la imposibilidad formal de que los psicoanalistas hagan un conjunto cerrado. La síntesis axiomática que define este impasse es la afirmación de que la escuela se establece para responder a la pregunta acerca de qué es un analista. Pregunta sin respuesta posible desde ningún enunciado predicativo, sino a través de dos dispositivos: cartel y pase.
El dispositivo del cartel implica al de permutación, se trata de grupos reducidos cuya disolución es obligatoria luego de un lapso de tiempo, sin una autoridad en el saber. Y que como efecto de esta disolución, se espera el saldo de un trabajo y una producción. La elucubración de saber no está unificada, ni garantizada desde una posición de impartición de saber, no hay "lectores privilegiados" ni conclusiones establecidas a priori, no hay enseñanza oficial, en todo caso se trata de obtener un saber que tenga consecuencias en la verdad, o sea que pueda cernir un real y no se agote en un mero palabrerío. Cualquier integrante de un cartel puede recrear la teoría, siempre que fundamente de que manera ha llegado a sus conclusiones. Uno de sus integrantes, que puede ser cualquiera, toma como función descompletar la inercia inevitable del grupo, y causar el trabajo de elaboración en cada uno de acuerdo a su particularidad. Particularidad que no está desligada del deseo que lo empuja a la producción teórica, y que de ninguna manera puede ser impuesta ni uniformada por una exigencia institucional.
La elucubración de los integrantes de un cartel no se sostiene en una enseñanza universitaria.
El dispositivo del pase se anuda con el del cartel y el de permutación, en tanto pone a los efectos de la clínica con relación a la elucubración de saber. La pregunta que el pase sostiene en su dispositivo es: ¿que se espera de un fin de análisis?, ¿que efectos provoca el análisis en un sujeto?, ¿que ganancia de saber producen los efectos clínicos en una comunidad analítica?. Sacar a la clínica del oscurantismo de los consultorios y de las comunicaciones entre los analistas (siempre produciendo de sus casos un relato, a la manera de un relato del sueño, o sea una elaboración secundaria), es el desafío de Lacan a los psicoanalistas, por lo que ha sido históricamente el punto de impasse y muchas veces de ruptura institucional. La deformación frecuente del pase ha sido convertirlo en una nominación honorífica, darle un carácter jerárquico institucional, con lo cual se destruye su esencia, que es la de transmitir la singularidad y multiplicidad de los efectos del fin de análisis, de como el deseo del analista se ha instalado en un sujeto a través de su neurosis (no de sus diáfanos anhelos). Y fundamentalmente el lugar del Analista de la Escuela es descompletar las inercias burocráticas de la Escuela, funcionar de contrapeso a los poderes de la transferencia y conmover las inercias del poder institucional.
En la Escuela de Lacan el cartel no es una demostración de sabiduría o militancia, el trabajador decidido no es el que interviene en mayor número de cartels, ni el que se esmera por ser reconocido basándose en una nominación. El pase no es un título honorífico, sino una función que descompleta el efecto de grupo institucional. La transferencia que se despliega a posteriori es efecto de un producto, no un a priori jerárquico o un premio a la fidelidad institucional, o a la militancia.
Evidentemente, se trata en estos dispositivos de movilizar el real que sostiene la práctica analítica, que de no ser tenido en cuenta retorna como imposición de un poder arbitrario que homogeneiza y achata la producción, o como un malestar indialectizable que se satisface en la maledicencia y en la conspiración de subfacciones.
Algunos psicoanalistas pensamos que todavía es demasiado temprano para dar por imposible el dispositivo de escuela que Lacan propone. Ponerlo en función es una apuesta, que como todas las apuestas verdaderas, supone un alto índice de incertidumbre. La opción sigue siendo arriesgar en la dirección de lo real, sin ninguna garantía, o volver a las ya conocidas asociaciones de profesionales de ayuda mutua, en donde el éxito profesional es sabido que es bien posible (con la habilidad confabulatoria y diplomática necesaria), pero con la pérdida irremediable de lo mas fecundo del psicoanálisis: lo real de la clínica, que en suma es lo imposible a soportar.
Número 9 - Julio 1999
Acheronta
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